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Declaraciones oficiales

Los desafíos que presentan las enfermedades de transmisión sexual

En la actualidad nuestro mundo enfrenta graves problemas éticos, médicos y sociales como resultado del aumento de la permisividad sexual y de la promiscuidad. Como los cristianos son seres sociales que forman parte de la comunidad general, estas actitudes y conductas también se han infiltrado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y por ello es necesario que les prestemos atención.

Los desafíos que presentan las enfermedades de transmisión sexual (ETS) son tan graves que las Naciones Unidas, junto con la mayoría de los gobiernos del mundo, la comunidad científica, y los dirigentes religiosos, políticos y económicos, han creado una serie de programas de investigación y educación sanitaria cuya meta es la prevención y tratamiento de las ETS. El objetivo es prevenir, curar y reducir los efectos de estas enfermedades, o al menos mermar su propagación.

Quienes corren un mayor riesgo son los niños que alcanzan la pubertad a edades cada vez más tempranas, ya que son especialmente vulnerables a las presiones sociales y al aluvión de mensajes de los medios de comunicación y de sus compañeros, que consideran que las relaciones sexuales informales y extramatrimoniales son aceptables y normales. Muchos jóvenes comienzan a tener relaciones sexuales en los primeros años de la adolescencia y muy pronto establecen patrones de actividad sexual.

Como consecuencia del incremento de la actividad sexual se ha producido un drástico aumento de las ETS y de los graves problemas físicos y emocionales que derivan de ellas. Se han realizado progresos en los siguientes aspectos:

• Las investigaciones han proporcionado datos más precisos.

• Se han documentado los beneficios del uso de preservativos para reducir los embarazos no deseados y la propagación de las enfermedades de transmisión sexual.

• Se han reconocido los peligros de la promiscuidad.

• Se han aplicado tratamientos más efectivos que han disminuido la propagación y el aumento de muchas enfermedades de transmisión sexual.

• Se han reconocido los riesgos de sufrir daños emocionales a largo plazo como resultado de encuentros sexuales fortuitos.

• Cada vez más personas sostienen que la abstinencia sexual antes del matrimonio conserva la salud sexual y emocional.

A pesar de sus limitaciones, estos progresos han demostrado ser beneficiosos y por tanto deberían ser impulsados, ya que han producido efectos positivos. Debería animarse a los adventistas que brindan tales cuidados y servicios a que participen en la promoción de estos esfuerzos; en esta tarea, merecen el apoyo de los miembros de la iglesia. Nuestro acercamiento pragmático para tratar de paliar tan graves problemas y nuestra participación en intervenciones apropiadas de ninguna manera han de interpretarse como un apoyo a las actividades sexuales fuera del matrimonio o a la infidelidad dentro de él. Por el contrario, estos esfuerzos han de ser vistos como tentativas humanitarias de prevenir o reducir las consecuencias negativas de los comportamientos sexuales dañinos.

Puede que, en ocasiones, familiares, pastores, maestros, consejeros, médicos y otros profesionales tengan que trabajar con personas que, a pesar de recibir consejos definidos, se nieguen a abandonar sus prácticas sexuales incorrectas y a vivir de acuerdo con las elevadas normas morales divinas. En esos casos, quienes participan de este ministerio pueden, como último recurso, aconsejar a estas personas que usen métodos anticonceptivos y profilácticos como los preservativos, con el propósito de prevenir embarazos no deseados y reducir el riesgo de propagar enfermedades de transmisión sexual que causan un elevado número de muertes. Debería tenerse sumo cuidado al brindar consejos al respecto, a fin de mostrar con suma claridad a la persona (o personas) y a los miembros de la comunidad correspondiente, que esta es una medida extrema que de ninguna manera ha de ser interpretada como un consentimiento bíblico para tener relaciones sexuales fuera del vínculo matrimonial. Tales acciones por parte de estos profesionales son de carácter provisional y han de seguirse únicamente en casos concretos. Aunque estas intervenciones pueden brindar un poco de tiempo para que la gracia haga su obra en los corazones humanos, no aportan una solución viable a largo plazo. La Iglesia Adventista tiene que seguir esforzándose para aprovechar al máximo cada oportunidad que se le presente para destacar la sabiduría del plan divino para la sexualidad humana y hacer un llamamiento a hombres y mujeres para que adopten la más elevada norma de conducta moral.

Principios bíblicos

Aun cuando los esfuerzos descritos con anterioridad son beneficiosos en muchos sentidos, no son más que una respuesta a situaciones que han sido provocadas por el pecado. Según las Escrituras, Dios ha establecido un plan más elevado respecto al uso de la sexualidad. Este plan, que está basado en una serie de principios orientadores, presenta en términos prácticos el ideal de Dios para su pueblo, que tiene que vivir en un mundo herido por el pecado.

1. La intimidad sexual está reservada para el matrimonio. La sexualidad es un regalo de amor del Creador a la humanidad (Gén. 1: 26, 27). El evangelio pide a los creyentes que valoren correctamente su sexualidad y sean buenos mayordomos de ella en armonía con los principios divinos (1 Cor. 3: 16, 17; 6: 13-20; Efe. 5: 1-8; Fil. 1: 27; 1 Tes. 4: 3-7). En el plan de Dios, la intimidad sexual está reservada para un hombre y una mujer dentro de los límites del pacto matrimonial (Gén. 2: 24, 26; Éxo. 20: 14; Prov. 5; Cant. 4: 12; 8: 8-10; 2: 6, 7; 3: 5; 8: 3, 4; Ose. 3: 3; Heb. 13: 4). La fidelidad sexual dentro del matrimonio es esencial para comprender la metáfora divina que compara el matrimonio con la relación de Dios con su pueblo (Isa. 54: 5; Ose. 2: 14-23; 2 Cor. 11: 2; Apoc. 19: 6-9; 21: 9).

2. La intimidad sexual fuera del matrimonio es inmoral y dañina. La intimidad sexual fuera del matrimonio tiene efectos perjudiciales sobre los individuos (Lev. 18: 6-30; Rom. 1: 24-27; 1 Cor. 6: 18) y también sobre la relación matrimonial (Prov. 5: 1-23). Las Escrituras la identifican como parte de la vida de pecado (Gál. 5: 19; Col. 3: 5).

3. Dios tiene en cuenta la fragilidad humana. La voluntad de Dios para los seres humanos y el propósito de su creación son inmutables (Mal. 3: 6; Mat. 5: 17-20; Hech. 20: 27). De igual modo son también inmutables su amor absoluto por los seres humanos y su propósito redentor (Juan 3: 16; Rom. 5: 8; 8: 35-39; Efe. 1: 1-14; 3: 14-19; 1 Juan 4: 7-10). El mensaje del evangelio, que se centra en Jesucristo, une todas estas verdades (Sal. 85: 10; 1 Juan 2: 1, 2). La gracia divina es la única esperanza para la humanidad caída (Rom. 3: 23, 24; 5: 1, 2, 20; Efe. 2: 1-5). Dios es paciente y misericordioso con la fragilidad humana (Núm. 14: 18, 19; Sal. 86: 15; 103: 13, 14; Ose. 11: 8, 9; Jon. 3: 1; 4: 10, 11; Mat. 23: 37; 1 Tim. 1: 15, 16). Aunque la gracia de Dios no nos da licencia para pecar (Rom. 6: 1, 2), es por medio de esa gracia como Dios cumple su propósito redentor dentro de las circunstancias que son consecuencia del pecado (Rom. 5: 12-21). Las disposiciones prácticas de Dios para casos como el divorcio (Deut. 24: 1-5; Esd. 10: 10, 11; Mat. 19: 7, 8), la poligamia (Éxo. 21: 10; Deut. 17: 17; 21: 15-17; Mat. 19: 4, 5), la introducción del consumo de carne (Gén. 1: 11, 12, 29, 30; 9: 3; Lev. 3: 17; 11: 47) o la provisión de un monarca terrenal (1 Sam. 8: 7; 10: 19; Ose. 13: 11) ofrecen ejemplos de intervenciones que están por debajo del ideal divino. Por medio de esos casos podemos ver su gracia y misericordia en acción en un mundo corrompido por el pecado.

4. La iglesia lleva a cabo su misión en un mundo caído. Las condiciones existentes contrastan radicalmente con el ideal de Dios. Tanto los creyentes como los incrédulos son vulnerables a la inmoralidad sexual, que es uno de los trágicos resultados del pecado (Juan 17: 15; 1 Juan 2: 15). La iglesia está llamada a servir tanto a los creyentes como a los incrédulos, alcanzando y llamando a los pecadores (Mat. 28: 19; Mar. 2: 17; 2 Cor. 5: 20, 21), fomentando el crecimiento de sus miembros (Efe. 2: 19-22; 4: 11-13, 15; 1 Tes. 5: 11; 2 Ped. 3: 18), exaltando el valor infinito de cada persona (Isa. 43: 3, 4, 7; Mat. 12: 12; Luc. 12: 7; 15: 1-32; 1 Ped. 1: 18, 19), protegiendo a los débiles y vulnerables (Rom. 15: 1; 1 Tes. 5: 14; Heb. 13: 3), promoviendo y conservando la vida y la salud (Juan 10: 10; 1 Cor. 6: 19; 3 Juan 2), y llamando a todos los hombres y mujeres a que ocupen su trascendental posición como pueblo santo y elegido de Dios (Efe. 4: 1; 5: 8; 1 Ped. 1: 15, 16; 2: 5, 9). El ministerio de la iglesia tiene como propósito alcanzar a los individuos en el lugar donde se encuentran (1 Cor. 3: 1, 2; 7: 1-28) y presentarles una norma más elevada (Luc. 19: 5-10; Juan 8: 3-11; Hech. 17: 18-34).

5. Se espera que la vida cristiana produzca crecimiento espiritual. El cambio efectuado en el cristiano implica tanto la conversión (Juan 3: 3, 7; Hech. 3: 19; Rom. 12: 2; 2 Cor. 5: 17) como el crecimiento (Prov. 4: 18; Luc. 2: 52; Efe. 3: 17-19; 4: 11-15; 2 Ped. 3: 18). En la conversión, el creyente acepta por fe la vida perfecta de Cristo como propia y experimenta una transformación de valores que es guiada por el Espíritu Santo (Juan 3: 5; Gál. 2: 20). Tanto fuerzas externas como internas pueden provocar retrocesos en el pensamiento o la conducta (Gál. 5: 16-18; 1 Juan 3: 20), pero la dedicación a los progresos de la vida cristiana inducidos por la gracia (1 Cor. 15: 10; Fil. 3: 12-14; Col. 1: 28, 29) y la confianza en los medios provistos por Dios (Rom. 8: 5-7; Gál. 5: 24, 25) irán contribuyendo progresivamente al desarrollo hasta que la persona llegue a ser cada vez más semejante a Cristo (Gál. 5: 22-25; Efe. 5: 1).

Las Escrituras llaman a los seres humanos a seguir progresando moral y espiritualmente a lo largo de la vida (Luc. 2: 52; 1 Cor. 13: 11; 14: 20). La acción planificadora y facilitadora de ese crecimiento es vital en el cumplimiento de la comisión evangélica (Mat. 28: 20; Efe. 3: 14- 24). La tarea de la educación religiosa es prestar atención al desarrollo individual y presentar la verdad de tal modo que quienes la escuchen puedan comprenderla (Mat. 11: 15), logrando con ello que puedan ampliar su comprensión sin que tropiecen (Rom. 14: 1-21; 1 Cor. 8: 9-13). Aunque es necesario ser más indulgentes con los que aún tienen menos conocimiento o madurez (Mat. 13: 34; Juan 16: 12; Hech. 17: 30; 1 Cor. 3: 1, 2), a medida que pasa el tiempo, cada persona debe seguir progresando hacia una comprensión más completa de la voluntad de Dios (Juan 16: 13) y hacia una expresión más plena de su amor por Dios y por su prójimo (Mat. 22: 37-39; Juan 13: 35; 8: 9; 13: 11; 1 Juan 3: 14; 4: 11, 12). Con la bendición de Dios, la presentación clara del evangelio y la atención cuidadosa al proceso de hacer discípulos darán frutos espirituales aun entre los que han estado implicados en pecados de naturaleza sexual (1 Cor. 6: 9-11).

Conclusiones

1. La Iglesia Adventista del Séptimo Día sostiene la perspectiva bíblica de la sexualidad como un atributo de la naturaleza humana creada por Dios, para ser gozado y utilizado en forma responsable dentro del matrimonio, como parte del discipulado cristiano.

2. La Iglesia tiene el compromiso de dar a conocer la perspectiva bíblica de la sexualidad humana tomando en cuenta cada contexto cultural. Como tal, debe hacer hincapié en el aprecio hacia el cuerpo humano y el conocimiento de sus funciones, y defender la castidad sexual fuera del vínculo matrimonial y la fidelidad dentro de este, además de ayudar a desarrollar habilidades para la toma de decisiones y la comunicación sobre la conducta sexual. El cometido de la iglesia es transmitir la verdad de que el uso indebido de la sexualidad propia y el abuso de poder en las relaciones son contrarios al ideal de Dios.

3. La Iglesia hace un llamamiento para que los seres humanos se comprometan delante de Dios a una vida de abstinencia sexual fuera del vínculo matrimonial y de fidelidad dentro de este. Con excepción de la sana expresión de intimidad sexual dentro del matrimonio, la abstinencia es la única vía segura y moral para el cristiano. En cualquier otro contexto, las prácticas sexuales son a la vez perjudiciales e inmorales. Esta elevada norma representa el propósito divino respecto al uso de este don, y se pide que los creyentes defiendan este ideal más allá de las normas imperantes en la cultura que los rodea.

4. La Iglesia reconoce el estado pecaminoso de la humanidad. Los seres humanos cometen errores, usan criterios equivocados y pueden tomar la decisión deliberada de participar en prácticas sexuales contrarias al ideal divino. Puede que muchos no sepan dónde pedir ayuda para vivir una vida sexual pura. A pesar de ello, nada puede librar a tales personas de las consecuencias de apartarse del plan divino. Las heridas emocionales y espirituales que resultan de las prácticas sexuales que violan el plan de Dios siempre dejan cicatrices. Pero la iglesia acerca el ministerio de misericordia y gracia de Cristo al ofrecer el perdón, la sanidad y el poder restaurador de Dios. La iglesia ha de buscar la manera de brindar el apoyo personal, espiritual y emocional que permita a los que han sido lastimados echar mano de los recursos del evangelio. Asimismo, la iglesia puede ayudar a muchas personas y familias a descubrir y acceder a la amplia red de recursos profesionales disponibles.

5. La Iglesia Adventista reconoce como aceptable desde el punto de vista moral el uso de métodos anticonceptivos, incluidos los preservativos, por parte de parejas casadas que tratan de controlar la concepción. Los preservativos pueden ser prescritos en ciertas circunstancias matrimoniales; por ejemplo, cuando uno de los cónyuges ha estado expuesto o ha contraído alguna enfermedad de transmisión sexual, exponiendo así a su pareja a un elevado riesgo de contagio.

Por el contrario, el uso del preservativo en relaciones prematrimoniales o extramatrimoniales, ya sea para disminuir el riesgo de embarazo no deseado o para prevenir el contagio de una enfermedad de transmisión sexual, presenta objeciones desde el punto de vista moral. Es necesario considerar estas objeciones en el contexto del plan divino para la sexualidad humana, la relación entre el propósito de Dios como Creador y su consideración de la fragilidad humana, el proceso de crecimiento espiritual y desarrollo moral del individuo, y la naturaleza de la misión de la iglesia. Aun cuando el uso de preservativos ha demostrado ser un método bastante efectivo para impedir embarazos y evitar la propagación de enfermedades,* esto no vuelve aceptables desde el punto de vista moral las prácticas sexuales fuera del matrimonio. Este hecho tampoco previene el daño emocional que resulta de ese comportamiento. La iglesia llama tanto a jóvenes como a adultos, a creyentes como a incrédulos, a que vivan una vida digna de la gracia que se nos ofrece por medio de Cristo, y a hacer uso tan plenamente como sea posible de los recursos divinos y humanos para vivir de acuerdo con el ideal divino de la sexualidad.

6. La Iglesia reconoce que cuando un casado enfrenta el riesgo de contagiar o de contraer de su cónyuge alguna enfermedad de transmisión sexual como, por ejemplo, el VIH [virus del sida], no solo es aceptable sino recomendable desde el punto de vista moral el uso del preservativo en caso de que los cónyuges decidan seguir teniendo relaciones sexuales. Es necesario advertir, sin embargo, a quienes usan preservativos sobre la importancia de usarlos de manera apropiada y sus limitaciones a la hora de prevenir la transmisión del VIH.

Llamamiento

Enfrentamos una crisis que amenaza la vida y el bienestar de mucha gente, incluidos los miembros de la Iglesia. Tanto los jóvenes como los adultos se hallan en peligro. La Iglesia tiene que desarrollar sin dilación una estrategia completa de educación y prevención. Deben movilizarse todos nuestros recursos en términos de profesionales de la salud, servicios sociales, educativos, pastorales y similares, tanto dentro como fuera de la Iglesia. La crisis exige que este asunto reciba una atención prioritaria, y que se usen todos los recursos y métodos legítimos a disposición de la Iglesia para dirigirlos a los hogares, las instituciones educativas, las iglesias y las comunidades. De ello depende el destino de toda una generación, y estamos corriendo una carrera contra el tiempo.

 

Declaración aprobada el 27 de septiembre de 1998 por el Concilio Anual de la Junta Directiva de la Asociación General, en Foz de Iguazú, Brasil.

* Las investigaciones indican que, cuando se usan de manera correcta, en la población en general los preservativos tienen un 97% de probabilidades de prevenir un embarazo y entre el 85% y el 90% de éxito a la hora de prevenir la transmisión de virus. En los grupos que lo usan en forma correcta y continua, la efectividad de este método llega al 97%.

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