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La salud y la prosperidad de la sociedad se encuentran directamente relacionadas con el bienestar de la unidad familiar, que es su célula constitutiva. Hoy más que nunca antes, la familia se halla en peligro. Los sociólogos denuncian la desintegración de la familia moderna. El concepto cristiano tradicional del matrimonio entre un hombre y una mujer está en la cuerda floja. En esta época de crisis familiar, la Iglesia Adventista del Séptimo Día exhorta a todos los miembros de la familia a que fortalezcan su dimensión espiritual y sus relaciones familiares mediante el amor, la honestidad, el respeto y la responsabilidad mutuos.

La Creencia Fundamental número 23 de la Iglesia Adventista del Séptimo Día señala que la relación matrimonial «debe reflejar el amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de la relación que existe entre Cristo y su iglesia […]. Aunque algunas relaciones familiares estén lejos de ser ideales, los cónyuges que se dedican plenamente el uno al otro pueden, en Cristo, lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y a la instrucción de la iglesia. Dios bendice a la familia y quiere que sus miembros se ayuden mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los padres deben criar a sus hijos para que amen y obedezcan al Señor. Tienen que enseñarles, mediante el precepto y el ejemplo, que Cristo disciplina amorosamente, que siempre es tierno, que se preocupa por sus criaturas, y que quiere que lleguen a ser miembros de su cuerpo, la familia de Dios» (Manual de la Iglesia, edición 2010, pp. 178, 179).

Elena G. de White, uno de los fundadores de la iglesia, expresó: «La obra de los padres es cimiento de toda otra obra. La sociedad se compone de familias, y será lo que la hagan las cabezas de familia. Del corazón “mana la vida” (Prov. 4: 23), y el hogar es el corazón de la sociedad, de la iglesia y de la nación. El bienestar de la sociedad, el buen éxito de la iglesia y la prosperidad de la nación dependen de la influencia del hogar» (El ministerio de curación, cap. 28, p. 239).

 

Declaración presentada por Neal C. Wilson, presidente de la Asociación General, el 27 de junio de 1985, tras consultas con los dieciséis vicepresidentes, en el Congreso de la Asociación General de Nueva Orleans.

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