Nuevo reglamento A 20
Fundamentación
El propósito de Dios para este mundo es lo que motiva y sustenta nuestra misión. Por eso la misión es el alma de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La misión es consustancial a nuestra identidad; define quiénes somos y nuestra razón de ser. En los mismos inicios del movimiento adventista asumimos la Gran Comisión (Mat. 28: 18-20) como nuestro mandato divino, motivados por la visión de que el evangelio eterno llegue a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Apoc. 14: 6-12). La búsqueda genuina de Dios en las religiones del mundo señala un camino para la proclamación del evangelio.
Con la bendición del Señor, nuestra iglesia se ha ido extendiendo hasta llegar a los más recónditos lugares del planeta. En sus comienzos, nuestra misión nos llevó a trabajar entre gentes de tradiciones cristianas, pero actualmente nos lleva a poblaciones con otras raíces religiosas. Por otra parte, en algunos lugares del mundo, la conversión al cristianismo es considerada como algo negativo, e incluso puede suponer graves riesgos y amenazas para la vida de las personas. La historia del cristianismo indica que casi siempre este ha sido el caso.
Al mismo tiempo, el espíritu prevaleciente en nuestra época fomenta la aceptación de todas las religiones como expresiones válidas de la espiritualidad humana, y desalienta cualquier esfuerzo de persuadir a otros a cambiar de religión. Algunos teólogos cristianos incluso sostienen que la obra de las misiones es reafirmar a cada uno en su propia religión, es decir, hacer que los hinduistas sean mejores hinduistas, los musulmanes mejores musulmanes, los budistas mejores budistas, y así sucesivamente.
Incluso entre los adventistas, es posible encontrar diferentes planteamientos y metodologías para alcanzar a gentes de otras religiones y culturas. Si bien el interés en la misión es encomiable, la proliferación de diversos enfoques hace imperativo que la iglesia corporativamente exprese, con sencillez y claridad, la naturaleza de nuestra misión; que especifique en qué consiste la misión y cómo podemos cumplirla, basándose sin ambages en la autoridad de las Escrituras.
Tenemos que basar nuestras directrices para la misión en las instrucciones y acciones de Jesús y los apóstoles que se registran en las Escrituras. En su soberanía, el Señor toma iniciativas para revelarse a sí mismo a la humanidad por medio diversos métodos. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, leemos que había personas de fuera del círculo del pueblo escogido que, sin embargo, eran seguidores de Dios, como Melquisedec (Gén. 14: 18-20), Jetro (Éxo. 18: 1-27) o Naamán (2 Rey. 5: 1). El Nuevo Testamento nos habla también de los sabios de Oriente (Mat. 2: 1-12), de gentiles que eran «temerosos de Dios» (Hech. 13: 43, 50; 16: 14; 17: 4, 17), y de otras personas que obedecieron la ley de Dios al seguir los dictados de su conciencia (Rom. 2: 14-16). Esos ejemplos, sin embargo, no proporcionan un patrón para la misión adventista; son tan solo ejemplos encomiables que nos muestran la manera en que obra el Señor.
La misión
La misión adventista se centra en el don de amor de Dios, que entregó a su Hijo para ser el Salvador del mundo. Es nuestro deber compartir esta buena nueva con todos los seres humanos, para que sepan que «en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hech. 4: 12), y que «todo aquel que en él cree» no se pierde, sino que tiene vida eterna (Juan 3: 16).
En esencia, la misión implica dar testimonio por medio de la palabra y la vida, y con el poder del Espíritu Santo. Como ordenó el Señor al antiguo Israel: «Vosotros sois mis testigos […] y mis siervos que yo escogí» (Isa. 43: 10). Así también el Señor resucitado nos ordena: «Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (Hech. 1: 8).
La misión adventista es de naturaleza global, porque implica proclamar las buenas nuevas a todo el mundo (Mat. 24: 14), y hacer discípulos a todas las naciones mediante el método de ir, bautizar y enseñar (Mat. 28: 18-20), invitándolos a formar parte de la ecclesia*, la comunidad del tiempo del fin que cree en Jesús y adora a Dios, nuestro Creador y Redentor (Apoc. 12: 17; 14: 6, 7).
Esta comunidad —la iglesia— es el cuerpo de Cristo (1 Cor. 12, Efe. 1: 21, 22; 4: 4-6). En esta comunión en la que Jesús es confesado como Salvador y Señor, y en la que las Escrituras proporcionan el fundamento de toda enseñanza, los feligreses experimentan el poder transformador de la nueva vida en Cristo. Se aman unos a otros (Juan 13: 31, 32); están unidos, más allá de sus diferencias de raza, cultura, sexo o posición social (Efe. 2: 12-14; Gál. 3: 28); y crecen en la gracia (2 Ped. 3: 18). Ellos, a su vez, salen a hacer discípulos a otras personas, y llevan al mundo el mismo ministerio de compasión, ayuda y curación que llevó Cristo.
Aunque otros cristianos también predican el evangelio, los adventistas entienden que han recibido el llamamiento especial de proclamar las buenas nuevas de salvación y la obediencia a los mandamientos de Dios. Esta proclamación se lleva a cabo mientras se desarrolla el juicio divino y ante la expectativa del pronto regreso de Cristo, que ha de poner fin al gran conflicto cósmico (Apoc. 14: 6, 7; 20: 9-10).
Por consiguiente, la misión adventista implica un proceso de proclamación que edifica a la comunidad de creyentes «que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apoc. 14: 12). Son personas que viven vidas de servicio al prójimo y aguardan anhelantes la segunda venida de Cristo.
Cumplimiento de la misión
No importa en qué lugar del mundo nos hallemos, nuestra misión sigue siendo la misma. El modo de llevarla a cabo, sin embargo, adopta diversas formas que dependen de las diferencias culturales y de las circunstancias sociales. Cumplir la misión en las regiones donde existe una mayoría de población no cristiana a menudo implica llevar a cabo modificaciones significativas en la manera de afrontar la tarea. En esos territorios encontramos grandes diferencias culturales, otros escritos que son considerados sagrados y, en ocasiones, restricciones a la libertad religiosa.
1. El ejemplo de los apóstoles. Las circunstancias a las que tienen que hacer frente los adventistas al compartir el mensaje de Jesús con creyentes de otras religiones se asemejan en buena medida a las que tuvieron que enfrentar los apóstoles. Por tanto, lo que hicieron ellos para cumplir su misión puede ser una pauta para nosotros hoy.
Los primeros cristianos llevaron a cabo su obra en un mundo que creía en muchas divinidades. Además era un mundo peligroso, en el que los emperadores de Roma exigían cada vez más no solo respeto, sino adoración como si fueran dioses. Aun así, aquellos cristianos arriesgaron todo lo que tenían, incluso sus propias vidas —que muchos perdieron— como resultado de su compromiso inquebrantable con el Salvador.
En ese contexto, los apóstoles siempre ensalzaron a Cristo como la única esperanza de la humanidad. No se acobardaron a la hora de proclamar quién era Cristo y qué había hecho. Anunciaron el perdón y la nueva vida que solo él podía ofrecer, y en todo lugar llamaron a las gentes al arrepentimiento ante el inminente juicio y regreso de Cristo (Hech. 2: 38; 8: 4; 1 Cor. 2: 2). Los apóstoles proclamaron que solo una persona podía ser adorada como Señor: Jesucristo. «Aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, solo hay un Dios, el Padre […], y un Señor, Jesucristo» (1 Cor. 8: 5, 6).
Si bien los apóstoles modificaron su enfoque con el propósito de adaptarse a su audiencia, jamás dejaron de proclamar a Cristo como la única esperanza del mundo. Nunca sugirieron que su propósito fuera ayudar a sus oyentes a tener una experiencia espiritual más profunda dentro de sus propias religiones; por el contrario, les presentaron el desafío de aceptar la salvación que les ofrecía Cristo. De ahí que en Atenas, el apóstol Pablo comenzara su discurso en el Areópago refiriéndose a los dioses que adoraba la gente, pero partiendo de ellos los llevó al mensaje de Jesús y de su resurrección (Hech. 17: 22-31).
2. Otros escritos sagrados. En su discurso en Atenas y también en sus epístolas, Pablo hizo referencia a escritos no bíblicos (Hech. 17: 38; 1 Cor. 15: 33; Tito 1: 12), pero dio la prioridad a las Escrituras (el Antiguo Testamento) en su proclamación del evangelio y en la instrucción de las nuevas comunidades cristianas (Hech. 13: 13-47; 2 Tim. 3: 16, 17; 4: 2). Como parte del proceso de testificación adventista, los escritos de otras religiones pueden resultar de utilidad para tender puentes, dado que permiten señalar elementos de la verdad que se expresan con mayor plenitud y riqueza de significado en la Biblia. Deberíamos utilizar estos escritos intencionalmente para que otras personas tengan su primer contacto con la Biblia como la Palabra de Dios inspirada, y para ayudarlas a que transfieran su lealtad de esos escritos a las Escrituras como única fuente de fe y práctica. No obstante, la edificación y el crecimiento espiritual de los nuevos creyentes deben ser alcanzados sobre la base de la Biblia y su exclusiva autoridad (ver «La participación en Misión Global», pág. 232).
3. La contextualización. Jesús, nuestro modelo, fue un ejemplo perfecto de amor en sus relaciones con otras personas. Imitando su ejemplo al cumplir nuestra misión, deberíamos abrir nuestros corazones en una sincera comunión de amor. El apóstol Pablo describió de qué manera adaptó su enfoque a su audiencia: «Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar al mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la Ley (aunque yo no esté sujeto a la Ley) como sujeto a la Ley, para ganar a los que están sujetos a la Ley; a los que están sin Ley, como si yo estuviera sin Ley (aunque yo no estoy sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin Ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos» (1 Cor. 9: 19-22). Los apóstoles no pretendían que a las personas les resultara difícil aceptar el evangelio y unirse a la comunidad cristiana, pero no se acobardaron a la hora de declarar el propósito de Dios para ellos (ver Hech. 15: 19; 20: 20-24).
Del ejemplo de Pablo surge la «contextualización», que es el intento perspicaz y deliberado de comunicar el evangelio de una manera que resulte significativa en cada cultura. Con respecto a la misión adventista, la contextualización tiene que ser fiel a las Escrituras, guiada por el Espíritu, y pertinente en la cultura local, sin olvidar que todas las culturas son juzgadas por el evangelio.
En este esfuerzo que hace la iglesia por adaptar su enfoque misionero a un mundo sumamente diverso, el desafío constante es no caer en el peligroso sincretismo, que es la armonización de la verdad con el error. La contextualización debería llevarse a cabo en una localidad concreta que esté cerca del lugar donde habitan las personas que se desea evangelizar. En este proceso deberían implicarse líderes, teólogos, misionólogos, lugareños y pastores de la iglesia.
4. La apertura y la identidad. Pablo procuró ser abierto y sincero en su presentación del evangelio: «Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la Palabra de Dios. Por el contrario, manifestando la verdad, nos recomendamos, delante de Dios, a toda conciencia humana» (2 Cor. 4: 2). De la misma manera, nosotros debemos cumplir nuestra misión e identificarnos como adventistas de una manera que evite que se creen barreras.
En la búsqueda de conexiones con creyentes de otras religiones, el tema del gran conflicto cósmico puede resultar útil como punto de partida. Para establecer conexiones pueden asimismo resultar de utilidad la profecía, la modestia y la sencillez, y el estilo de vida saludable.
5. Grupos de transición. En algunas situaciones, la misión adventista puede incluir la formación de grupos de transición (grupos de personas afines), que ayuden a sus miembros a pasar de una religión no cristiana a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Cuando se formen esos grupos, debe seguirse un plan definido para lograr los objetivos propuestos. Estos grupos deberían ser establecidos y atendidos solamente con el apoyo y la colaboración de la administración de la Iglesia. Si bien puede que algunas situaciones requieran una extensión de tiempo para que llegue a completarse la transición, los líderes de estos grupos deberían hacer todos los esfuerzos posibles para que los nuevos creyentes lleguen a ser miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de acuerdo a un calendario preestablecido (ver también B 10 28 y B 10 30).
Todo ministerio o grupo que se forme con la intención de representar a la Iglesia Adventista del Séptimo Día en algún lugar del mundo ha de esforzarse en promover la unidad teológica y organizativa de la Iglesia. Aunque puede que la dimensión teológica reciba el mayor énfasis durante sus etapas iniciales del grupo, el director del grupo debería conducir a sus miembros a identificarse con la Iglesia Adventista, a conocer su organización, y a participar de su estilo de vida, prácticas y misión.
6. Bautismo e incorporación de miembros. Los candidatos al bautismo han de confesar que Jesucristo es el Salvador y el Señor (Rom. 10: 9), aceptar el mensaje y la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día según se compendian en las Creencias Fundamentales, y comprender que se están incorporando a una feligresía mundial que es leal a Dios y que aguarda la segunda venida de Cristo.
7. Oportunidades y necesidades. Actualmente, como resultado de la inmigración y de otros factores socioeconómicos, se pueden encontrar en todo el mundo seguidores de las grandes religiones. Dado este nuevo contexto, los dirigentes de todas las divisiones del mundo deberían elaborar planes concretos para llevar el mensaje adventista a estas personas.
Si desea cumplir su misión en todo el mundo, la iglesia debe ayudar a sus miembros a adquirir mayor conocimiento de los escritos sagrados de otras religiones, y ofrecer publicaciones y programas que permitan formar a ministros y laicos para que puedan alcanzar a sus adeptos. Los Centros de Estudio de Misión Global deberían desempeñar un papel decisivo, aunque no exclusivo, en estos esfuerzos.
Los pastores y miembros de todo el mundo necesitan recibir formación para aceptar a los nuevos creyentes que provienen de otras religiones. Lograr esta aceptación requerirá la formación de líderes, ancianos de iglesia, pastores, misioneros y pioneros de Misión Global.
A la hora de asignar recursos humanos y financieros deberían tenerse en cuenta, como parte de la planificación estratégica, las necesidades de la misión dirigida a los creyentes de otras religiones.
8. Donde existen restricciones a la libertad. En ocasiones nuestra misión nos lleva a trabajar en países donde la libertad religiosa sufre grandes restricciones. Estos lugares no han de ser abandonadas; por el contrario, es necesario intentar alcanzarlos por medio de nuevos métodos para el cumplimiento de la misión. Entre ellos se encuentra el método del «fabricante de tiendas», que consiste en que cada persona se valga de su profesión para sostenerse económicamente, por lo general en una región difícil para la obra misionera, con el propósito de compartir el mensaje cristiano. Otro método consiste simplemente en animar a las personas originarias de esos países que se han hecho adventistas fuera de ellos a que regresen y sean embajadores para Cristo. Y aun cuando no sea posible establecer presencia humana, la testificación por medio de la radio, la televisión o Internet puede, al igual que los altares que dejó tras sí Abraham durante su peregrinaje (Gén. 12: 7), ser usada por el Espíritu Santo para llevar a hombres y mujeres a aceptar el mensaje adventista.
Conclusión
La misión de alcanzar a los seguidores de religiones no cristianas supone un gran desafío. Sin embargo, dicha misión permanece inalterable porque es la misión de Dios. No importa cuál sea el método que empleemos, su resultado final es llevar a hombres y mujeres a formar parte de quienes confiesan que Jesucristo es el Salvador y Señor, a practicar las creencias fundamentales de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, a demostrar el poder transformador del Espíritu Santo y a aguardar el pronto regreso de Cristo. Estas personas se habrán de identificar con la Iglesia Adventista del Séptimo Día mundial en doctrina, valores, esperanza y misión.
Dios, el Señor de la misión, es libre y soberano. Él puede intervenir, y de hecho lo hace, para revelarse a sí mismo de diversas maneras y atraer así a los seres humanos hacia él, para despertar en ellos la conciencia de su majestad y soberanía. No obstante, le ha encomendado su misión a su iglesia (2 Cor. 5: 18-21). Esta misión, aunque global, es una única misión. Dios no ha establecido caminos múltiples o paralelos que debamos seguir. Esto significa que todos deberíamos estar comprometidos con las mismas creencias, organizados y actuando en armonía con la iglesia mundial.
Directrices aprobadas por la Junta Directiva de la Asociación General el 13 de octubre de 2009 en el Concilio Anual de Silver Spring, Maryland.
* Ecclesia, transliterado del griego como ekklesia, es un término de este idioma, que a través del latín (ecclesia) ha derivado en «iglesia». Originalmente el significado de ekklesia era el de «asamblea», «reunión», «congregación». Ekklesia es una palabra compuesta de ek (afuera) y kaléo (llamar).— N. de los E.