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SECRETARIO

JOSUÉ RETA

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Querido amigo, querida amiga:
Por experiencia puedo decirte que servir es algo hermoso. En una de sus famosas citas, Rabindranath Tagore dice: «Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría». Esa también ha sido mi experiencia desde que, hace ahora 16 años, decidí servir al Señor y a mi prójimo en el Ministerio pastoral. Me gusta pensar que podré pasar toda la eternidad con las personas a las que ayudé, reconforté y llevé a los pies de Jesús, pues sé que el gozo de servir tendrá repercusiones eternas.
Ahora, la iglesia ha confiado en mí para servir en la administración como Secretario de la UAE. Puede que a simple vista parezca que en medio de tantos informes, acuerdos, votos, estatutos, reglamentos, correspondencia, archivos, documentos, problemas laborales y un larguísimo etcétera la burocracia es mucha y el contacto personal y el servicio pastoral escasos. Es cierto que todo esto lleva mucho tiempo de gestión, pero sigue siendo un servicio que se brinda a las iglesias, instituciones, empleados y miembros.
Quiero seguir sirviéndote, tanto desde la gestión administrativa como a través de la visitación continua a las iglesias, una gestión cercana a nuestras instituciones, los encuentros pastorales, la predicación y el trato personal a todo el que me pida consejo o ayuda. Junto a todo el equipo de administradores, queremos seguir imitando a Jesús, «que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (Mateo 20:28).
Solo deseo, querido amigo, querida amiga, que en esta página oficial de la Iglesia Adventista en España descubras a una iglesia con el deseo de servir a la humanidad. Probablemente no acertemos en todo, pero buscaremos en continua oración el impulso del mismo Espíritu que hubo en Cristo Jesús, «el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:5-8).

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