Esta declaración, dirigida a todos los miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, tiene el propósito de proporcionar pautas en cuanto al estudio de la Biblia.
Los adventistas reconocen y aprecian las aportaciones de los eruditos a lo largo de la historia, que han desarrollado métodos útiles y confiables para estudiar la Biblia, y que son congruentes con las afirmaciones y las enseñanzas de las Escrituras. Los adventistas se comprometen a aceptar las verdades bíblicas y a seguirlas, usando todos los métodos de interpretación que estén de acuerdo con lo que las Escrituras dicen de sí mismas. En los supuestos que figuran a continuación se mencionan esos métodos.
Durante las últimas décadas, el método mayormente aplicado en el estudio de la Biblia viene siendo el historicocrítico. Los estudiosos que lo usan en su fórmula clásica, actúan sobre la base de supuestos que rechazan, previamente al estudio del texto bíblico, la veracidad de los relatos de milagros y eventos sobrenaturales que se narran en la Biblia. Todo uso de este método, incluso modificado, que conserve el principio de la crítica que subordina la Biblia a la razón humana, resulta inaceptable para los adventistas.
El método historicocrítico minimiza la necesidad de la fe en Dios y de obedecer sus mandamientos. Asimismo, y dado que este método le resta importancia al elemento divino de inspiración bíblica, incluida la unidad que resulta de ella, y que desestima o malinterpreta la profecía bíblica y las porciones escatológicas de la Biblia, instamos a los estudiantes adventistas de la Biblia a que eviten confiar en el uso de los supuestos y resultantes deducciones que suelen asociarse con el método historicocrítico.
En contraste con el método historicocrítico y sus supuestos, creemos que será de utilidad exponer los principios de estudio de la Biblia que estén de acuerdo con las enseñanzas de las propias Escrituras, que preserven su unidad y se basen en la premisa de que la Biblia es la Palabra de Dios. Un enfoque como este nos conducirá a una experiencia satisfactoria y provechosa con Dios.
Los supuestos que surgen de las afirmaciones de las Escrituras
a. El origen
1. La Biblia es la Palabra de Dios y el medio principal y autorizado por el cual él se revela a los seres humanos.
2. El Espíritu Santo inspiró a los escritores de la Biblia con pensamientos, ideas e información objetiva; por su parte, ellos los expresaron con sus propias palabras. De ahí que las Escrituras constituyan una unión indivisible de sus elementos humanos y divinos, ninguno de los cuales debería ser enfatizado en detrimento del otro (2 Ped. 1: 21; cf. El conflicto de los siglos, Introducción, pp. 9, 10).
3. Toda la Escritura es inspirada por Dios y nos ha llegado a través de la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, no ha llegado a través de una sucesión continua de revelaciones ininterrumpidas. Mientras que el Espíritu Santo comunicaba la verdad a cada uno de los autores de los libros de la Biblia, ellos escribían inspirados por el propio Espíritu, recalcando el aspecto de la verdad que fueron inspirados a destacar. Por esta razón, el estudiante de la Biblia puede adquirir una comprensión más profunda de cualquier tema si reconoce que la Biblia es su propio y mejor intérprete y que, estudiada en su totalidad, presenta una verdad armoniosa y coherente (2 Tim. 3: 16; Heb. 1: 1, 2; cf. Mensajes selectos, t. 1, cap. 1, pp. 21-23; El conflicto de los siglos, Introducción, pp. 9, 10).
4. Aunque la Biblia fue dada a quienes vivían en el antiguo Oriente Próximo y los países mediterráneos, ella va más allá de su trasfondo cultural y se convierte en la Palabra de Dios para todos los contextos culturales, raciales y situacionales, en todas las épocas de la historia.
b. Autoridad
1. Los sesenta y seis libros del Antiguo y del Nuevo Testamento son la revelación clara e infalible de la voluntad de Dios y de su salvación. La Biblia es la Palabra de Dios, y la única norma por la cual ha de probarse toda enseñanza y experiencia (2 Tim. 3: 15, 17; Sal. 119:
105; Prov. 30: 5, 6; Isa. 8: 20; Juan 17: 17; 2 Tes. 3: 14; Heb. 4: 12).
2. Las Escrituras son un registro auténtico y fidedigno de la historia y de los actos de Dios. La Biblia presenta la única interpretación teológica válida de esos actos. Los actos sobrenaturales revelados en las Escrituras son históricamente ciertos. Por ejemplo, los capítulos 1- 11 del Génesis constituyen un informe fidedigno de acontecimientos históricos.
3. La Biblia no es como otros libros, sino que es una combinación inseparable de lo divino y lo humano. El registro que presenta numerosos detalles de la historia secular resulta esencial para su propósito general de transmitir la historia de la salvación. Aunque puede que en ocasiones los estudiantes de la Biblia empleen procesos paralelos de estudio para comprobar sus datos históricos, las técnicas de la investigación histórica, que se basan en los supuestos humanos y se concentran en el elemento humano, resultan inadecuadas para interpretar las Escrituras, que son una combinación de lo divino y lo humano. Solo un método que reconozca plenamente la naturaleza indivisible de las Escrituras puede evitar una distorsión de su mensaje.
4. La razón humana se halla supeditada a la Biblia, no es igual a ella ni está por encima de ella. Todo supuesto relacionado con la Biblia ha de estar en armonía con sus afirmaciones y sujeto a que las Escrituras mismas lo corrijan (1 Cor. 2: 1-6). Es la intención de Dios que la razón humana sea usada en su máximo potencial, aunque dentro del contexto y bajo la autoridad de su Palabra, y no con independencia de ella.
5. Cuando se entiende correctamente, la revelación de Dios en toda la naturaleza se encuentra en armonía con la Palabra escrita, y es interpretada a la luz de las Escrituras.
Principios de interpretación de las Escrituras
a. El Espíritu capacita al creyente para aceptar, comprender y aplicar la Biblia a su propia vida mientras busca el poder divino para prestar obediencia a todas las demandas de las Escrituras y para hacer personalmente suyas todas las promesas de la Biblia. Únicamente quienes pongan en práctica la luz que ya han recibido pueden esperar recibir nueva luz de parte del Espíritu (Juan 16: 13, 14; 1 Cor. 2: 10- 14).
b. Las Escrituras no pueden interpretarse correctamente sin la asistencia del Espíritu Santo, porque el Espíritu es quien capacita al creyente para entender y poner en práctica las verdades de las Escrituras. Por consiguiente, todo estudio de la Palabra debería comenzar con una petición para recibir la orientación e iluminación del Espíritu.
c. Quienes se acercan al estudio de la Palabra han de hacerlo con fe, con la actitud humilde de un principiante que trata de escuchar lo que le dice la Biblia. Tienen que estar dispuestos a someter todos los supuestos, opiniones y conclusiones de la razón al juicio y la corrección de la Palabra misma. Con esta actitud el estudiante de la Biblia puede acercarse directamente a la Palabra, y gracias a un estudio concienzudo puede llegar a entender los elementos esenciales de la salvación más allá de las explicaciones humanas, por muy útiles que resulten. Para una persona así, el mensaje bíblico llega a ser significativo.
d. La investigación de las Escrituras debe caracterizarse por un deseo sincero de descubrir y obedecer la voluntad y la Palabra de Dios, y no por una búsqueda de apoyo o evidencias para defender ideas preconcebidas.
Métodos de estudio de la Biblia
a. Hay que seleccionar para el estudio una versión de la Biblia que sea fiel a los textos originales, dando preferencia a las traducciones realizadas por amplios grupos de eruditos y publicadas por editoriales no asociadas a ninguna denominación, sobre las traducciones patrocinadas por una denominación concreta o por un grupo con intereses particulares. Hay que tener cuidado de no fundamentar puntos doctrinales esenciales sobre una sola traducción o versión de la Biblia. Los expertos en estudios bíblicos acuden a los textos en hebreo y griego, lo cual los capacita para analizar las diversas lecturas de los manuscritos antiguos de la Biblia.
b. Conviene establecer un plan de estudio para evitar búsquedas infructuosas. Se sugieren los siguientes:
1. El análisis del mensaje libro por libro.
2. El método de estudio de versículo por versículo.
3. El estudio que busca una solución bíblica para un problema concreto de la vida, o la respuesta bíblica para una necesidad particular.
4. El estudio temático (la fe, el amor, la segunda venida, etc.).
5. El estudio de palabras.
6. El estudio biográfico.
c. Es preciso tratar de captar el significado sencillo y más evidente del pasaje bíblico que se está estudiando.
d. Se debe procurar descubrir los temas fundamentales de las Escrituras en cada versículo, pasaje y libro. Dos temas básicos, relacionados entre sí, subyacen a lo largo de toda la Biblia: 1) la persona y la obra de Jesucristo; y 2) el gran conflicto, que incluye la autoridad de la Palabra de Dios, la caída del hombre, la primera y la segunda venidas de Cristo, la vindicación de Dios y la restauración del plan divino para el universo. Estos temas tienen que ser extraídos de la totalidad de las Escrituras y no impuestos sobre ella.
e. Reconocer que la Biblia es su propio intérprete y que el significado de las palabras, los versículos y los pasajes puede determinarse mejor si se compara con diligencia un texto con otro.
f. Estudiar el contexto del pasaje relacionándolo con las afirmaciones y los párrafos que le preceden y le siguen. Tratar de relacionar las ideas del pasaje con la línea de pensamiento de todo el libro que se está estudiando.
g. En la medida de nuestras posibilidades, averiguar cuáles fueron las circunstancias históricas en las que escribieron los autores bíblicos bajo la dirección del Espíritu Santo.
h. Es preciso tener en cuenta el género literario que usó el autor. Algunos pasajes bíblicos están constituidos por parábolas, mientras que otros son proverbios, alegorías, salmos o profecías apocalípticas. Dado que muchos escritores bíblicos presentaron gran parte de su mensaje en forma de poesía, resulta provechoso usar una versión de la Biblia que presente dicho mensaje en estilo poético, porque los pasajes que emplean un lenguaje figurado no deben ser interpretados de la misma manera que los escritos en prosa.
i. Tener presente que un texto bíblico determinado puede no concordar en cada detalle con las categorías literarias actuales. Hay que ser cauteloso para no forzar esas categorías al interpretar el significado del texto bíblico. La tendencia humana es encontrar lo que uno está buscando, aun cuando no coincida con la intención del autor.
j. Debemos fijarnos en la gramática y en la construcción sintáctica de los pasajes para descubrir el significado que quiso darles su autor. Es necesario estudiar las palabras clave de cada pasaje para comparar el uso que se hace de ellas en otras partes de la Biblia por medio de una concordancia y con la ayuda de léxicos y diccionarios bíblicos.
k. Conviene explorar los factores históricos y culturales relacionados con el estudio del texto bíblico. La arqueología, la antropología y la historia pueden ayudar a entender el significado del texto.
l. Los adventistas creen que Dios inspiró a Elena G. de White. Por consiguiente, su exposición de un pasaje bíblico determinado ofrece una guía inspirada al significado del texto sin agotar por ello su significado o reemplazar la tarea de la exégesis (ver, por ejemplo, El evangelismo, cap. 8, p. 190; El conflicto de los siglos, cap. 11, pp. 187, 188; Testimonios para la iglesia, t. 5, cap. 81, pp. 624, 640; cap. 84, pp. 661-663; El otro poder, cap. 4, pp. 33-36).
m. Tras haber estudiado la Biblia siguiendo estos parámetros, podemos recurrir a comentarios y ayudas para ver de qué manera han abordado otros el pasaje, evaluando cuidadosamente los diversos puntos de vista expresados desde una perspectiva que tenga en cuenta toda la Biblia.
n. Al interpretar la profecía, hay que tener en cuenta que:
1. La Biblia sostiene que Dios tiene poder para predecir el futuro (Isa. 46: 10).
2. La profecía tiene propósitos morales. No fue escrita tan solo para satisfacer nuestra curiosidad con respecto al futuro. Algunos
de los propósitos de la profecía son fortalecer la fe (Juan 14: 29), promover la santificación y prepararnos para la segunda venida (Mat. 24: 44; Apoc. 22: 7, 10, 11).
3. El centro de atención de gran parte de las profecías se encuentra en Cristo, tanto en relación con su primero como con su segundo advenimientos; la iglesia; y el tiempo del fin.
4. Los principios de interpretación profética se encuentran en la propia Biblia. Las Escrituras mencionan profecías de tiempo y sus cumplimientos en la historia. El Nuevo Testamento menciona el cumplimiento específico de profecías del Antiguo Testamento en relación con el Mesías; por su parte, el Antiguo Testamento presenta a personas y acontecimientos como tipos del Mesías.
5. En la aplicación que el Nuevo Testamento hace de las profecías del Antiguo Testamento, algunos nombres literales tienen un significado espiritual, como por ejemplo «Israel», que representa a la iglesia, o «Babilonia», que simboliza a la religión apóstata, etcétera.
6. Hay dos clases de escritos proféticos: la profecía no apocalíptica, que se encuentra por ejemplo en Isaías y Jeremías, y la profecía apocalíptica, que se encuentra en Daniel y Apocalipsis. Estos dos tipos de profecías poseen también características diferentes, a saber:
i. La profecía no apocalíptica está dirigida al pueblo de Dios; la profecía apocalíptica posee un carácter más universal.
ii. La profecía no apocalíptica a menudo posee una naturaleza condicional, declarando al pueblo de Dios cuáles serán las consecuencias de sus acciones en términos de bendiciones si son obedientes o maldiciones si son desobedientes; la profecía apocalíptica destaca la soberanía de Dios y su control sobre la historia.
iii. La profecía no apocalíptica a menudo salta de una crisis local al día del Señor en el tiempo del fin; la profecía apocalíptica presenta el curso de la historia desde el tiempo del profeta hasta el fin del mundo.
iv. Las profecías de tiempo en las profecías no apocalípticas por lo general son extensas (por ejemplo, los cuatrocientos años de servidumbre de Israel [Gén. 15: 13] y los setenta años de cautividad en Babilonia [Jer. 25: 12]). Por el contrario, las profecías de tiempo de la profecía apocalíptica suelen referirse a períodos de tiempo más breves (por ejemplo, diez días [Apoc. 2: 10] o cuarenta y dos meses [Apoc. 13: 5]). Los períodos de tiempo apocalípticos representan simbólicamente períodos más extensos de tiempo real.
7. La profecía apocalíptica es altamente simbólica y ha de ser interpretada de acuerdo a esta característica. Para interpretar los símbolos pueden emplearse los siguientes métodos:
i. Buscar interpretaciones, ya sean explícitas o implícitas, dentro del mismo pasaje (por ejemplo, Dan. 8: 20, 21; Apoc. 1: 20).
ii. Buscar interpretaciones en otra parte del libro o en otros escritos del mismo autor.
iii. Con la ayuda de una concordancia, estudiar el uso de esos símbolos en otras partes de la Biblia.
iv. Un estudio de los documentos del antiguo Oriente Próximo y Medio puede arrojar luz sobre el significado de los símbolos, aunque la utilización que de ellos haga la Biblia puede alterar esos significados.
8. La estructura literaria de un libro con frecuencia representa una ayuda para interpretarlo. Un ejemplo de ello son las profecías paralelas de Daniel.
o. Los relatos paralelos de las Escrituras en ocasiones presentan diferencias respecto a los detalles o al énfasis (por ejemplo, Mat. 21: 33, 34; Mar. 12: 1-11 y Luc. 20: 9-18; o 2 Rey. 18-20 y 2 Crón. 32). Al estudiar estos pasajes, hay que analizarlos en primer lugar con detenimiento para estar seguros de que esos textos paralelos se refieren en realidad al mismo acontecimiento histórico. Por ejemplo, puede que muchas de las parábolas de Jesús hayan sido dadas en diferentes ocasiones a diferentes audiencias y se hayan registrado con una fraseología diferente.
En los casos donde parece haber diferencias en las narraciones paralelas, es necesario que reconozcamos que el mensaje global de la Biblia es la síntesis de todas sus partes. Cada libro o escritor comunica lo que el Espíritu le impulsó a escribir. Cada uno realiza su propia aportación a la riqueza, la diversidad y la variedad de las Escrituras (El conflicto de los siglos, Introducción, pp. 9, 10). El lector debe permitir que cada escritor de la Biblia emerja y deje oír su voz, sin dejar por ello de reconocer la unidad fundamental de la revelación divina.
Cuando parezca que pasajes paralelos contienen discrepancias o contradicciones, hay que buscar la armonía subyacente. Es preciso tener en cuenta que las diferencias pueden deberse a errores menores de los copistas (Mensajes selectos, t. 1, cap. 1, p. 18), o ser el resultado de diversos énfasis o elección de materiales de sus autores, que escribieron bajo la dirección e inspiración del Espíritu Santo para diferentes destinatarios y en circunstancias diferentes (ibíd., t. 1, cap. 1, pp. 24, 25; El conflicto de los siglos, Introducción, p. 10).
Puede que resulte imposible reconciliar las diferencias menores en detalles que acaso sean irrelevantes para el mensaje claro y principal del pasaje. En algunos casos, puede que sea necesario posponer un juicio hasta que dispongamos de mayor información y mejores evidencias para resolver una aparente discrepancia.
p. Las Escrituras fueron redactadas con el propósito práctico de revelar la voluntad de Dios para la familia humana. Sin embargo, si no queremos interpretar de manera errónea algunos tipos de declaraciones, es importante que reconozcamos que estas fueron dirigidas a pueblos de las culturas orientales, y que fueron expuestas según sus patrones de pensamiento.
Expresiones como «Jehová endureció el corazón de faraón» (Éxo. 9: 12) o «un espíritu malo de parte de Jehová» (1 Sam. 16: 15), los salmos imprecatorios, o los «tres días y tres noches» de Jonás, que son comparados con la muerte de Cristo (Mat. 12: 40), por lo general suelen ser malinterpretados porque a menudo son analizados desde un punto de vista diferente. Es indispensable poseer un conocimiento del trasfondo cultural del antiguo Oriente Próximo para interpretar esas expresiones. Por ejemplo, la cultura hebrea atribuía la responsabilidad a un individuo por actos que no había cometido pero que había permitido que sucedieran. De ahí que los escritores inspirados de las Escrituras por lo general atribuyan a Dios una participación activa en situaciones que, según nuestra manera de pensar occidental, diríamos más bien que son permitidas o no impedidas por Dios, como es el caso, por ejemplo, del endurecimiento del corazón de faraón.
Otro aspecto de las Escrituras que perturba a la mentalidad moderna es la orden divina dada a Israel de participar en guerras de exterminio de naciones enteras. En sus comienzos, Israel estaba organizada como una teocracia, un gobierno civil por medio del cual Dios gobernaba directamente (Gén. 18: 25). Ese estado teocrático fue único. Ya no existe, y no puede ser considerado como un modelo directo para la práctica cristiana.
Las Escrituras registran que Dios aceptó a personas cuyas experiencias y declaraciones no estaban en armonía con los principios espirituales de toda la Biblia. Por ejemplo, es posible mencionar incidentes relacionados con el consumo de alcohol, la poligamia, el divorcio y la esclavitud. Si bien esas costumbres sociales tan arraigadas no son condenadas de modo explícito, eso no significa necesariamente que Dios aprobó o respaldó todo lo que permitió en las vidas de los patriarcas y de Israel. Jesús dejo esto claro cuando habló del divorcio (Mat. 19: 4-6, 8).
El espíritu de las Escrituras es el de restauración. Dios trabaja con paciencia para elevar a la humanidad caída de las profundidades del pecado hasta que alcancen el ideal divino. Por consiguiente, no tenemos que aceptar como modelo todas las acciones de seres humanos pecaminosos que se registran en la Biblia.
Las Escrituras representan el despliegue de la revelación de Dios a la humanidad. Por ejemplo, el Sermón del Monte de Jesús amplía y expande ciertos conceptos del Antiguo Testamento. Cristo mismo es la revelación última del carácter de Dios a la humanidad (Heb. 1: 1-3).
Aunque en la Biblia —desde el Génesis hasta el Apocalipsis— hay una unidad básica, y aunque toda la Escritura es inspirada, Dios escogió revelarse a los seres humanos y por medio de seres humanos, y se encontró con ellos respetando su capacidad espiritual e intelectual. Dios no cambia, pero va revelándose a los seres humanos de manera progresiva, según van siendo capaces de comprender (Juan 16: 12; Comentario bíblico adventista, t .7, pp. 956, 957; Mensajes selectos, t.1, cap. 1, pp. 23, 24). Cada experiencia o declaración de las Escrituras es un registro inspirado por Dios, pero esto no significa necesariamente que cada experiencia o declaración sea normativa de la conducta cristiana en el presente. Es necesario comprender tanto la letra como el espíritu de las Escrituras (1 Cor. 10: 6-13; El Deseado de todas las gentes, cap. 12, p. 102, Testimonios para la iglesia, t. 4, cap. 1, pp. 14, 15).
q. Como meta final, es necesario realizar la aplicación del texto. Hay que hacerse preguntas tales como: «¿Cuál es el mensaje y el propósito que Dios trata de transmitir por medio de las Escrituras?» «¿Qué significado tiene este texto para mí?» «¿Cómo se aplica a mi situación y circunstancias actuales?». Al hacerlo, hemos de reconocer que muchos pasajes bíblicos, además del sentido inmediato que tuvieron en su momento, contienen principios eternos que pueden ser aplicados a todas las épocas y culturas.
Conclusión
En la introducción de El conflicto de los siglos (p. 10), Elena G. de White escribió:
«La Biblia, con sus verdades de origen divino expresadas en el idioma de los hombres, es una unión de lo divino con lo humano. Esta unión existía en la naturaleza de Cristo, que era Hijo de Dios e Hijo del hombre. Se puede pues decir de la Biblia, lo que fue dicho de Cristo: “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1: 14)».
Así como es imposible que quienes no aceptan la divinidad de Cristo entiendan el propósito de su encarnación, es también imposible que quienes consideren que la Biblia es tan solo un libro humano comprendan su mensaje, por más cuidadosos y rigurosos que sean sus métodos de estudio.
Incluso los investigadores cristianos que aceptan la naturaleza divino- humana de la Biblia, pero cuyos enfoques metodológicos los llevan a hacer demasiado hincapié en sus aspectos humanos, corren el riesgo de vaciar el mensaje bíblico de su poder al relegarlo a un segundo plano, mientras se concentran en el medio de transmisión. Se olvidan de que el medio y el mensaje son inseparables, y de que el medio sin el mensaje es una cáscara vacía que no puede dar respuesta a las necesidades espirituales vitales de la humanidad.
Todo cristiano comprometido usará solamente los métodos que puedan hacer plena justicia a la naturaleza dual e inseparable de las Escrituras, que aumenten su capacidad de comprender y aplicar el mensaje de ella, y que fortalezcan su fe.
Declaración aprobada por la Junta Directiva de la Asociación General el 12 de octubre de 1986 en el Concilio Anual de Río de Janeiro, Brasil.