La Junta Directiva de la Asociación General nunca ha aprobado una declaración oficial sobre la relación entre los adventistas y el movimiento ecuménico. Sí se publicó un libro que abordaba el asunto en profundidad (B. B. Beach, Ecumenism: Boon or Bane? [Ecumenismo: ¿bendición o maldición?], Review and Herald, 1974]), y a lo largo de los años han ido apareciendo numerosos artículos sobre ello en publicaciones adventistas, incluida la Adventist Review. Por consiguiente, aunque no exista exactamente una posición oficial, existen claras evidencias de cuál es la perspectiva adventista sobre el movimiento ecuménico.
En términos generales, puede decirse que la Iglesia Adventista del Séptimo Día no rechaza por completo el movimiento ecuménico ni su principal manifestación organizativa, el Concilio Mundial de Iglesias. Aun así, la Iglesia Adventista se ha mostrado crítica respecto a diversos aspectos y actividades del movimiento. No se puede negar que el ecumenismo ha desarrollado propósitos dignos de encomio y cierta influencia positiva. Su gran objetivo es alcanzar una unidad visible del cristianismo, y ningún adventista puede oponerse a la unidad por la que el propio Jesús oró. El movimiento ecuménico ha ayudado a eliminar prejuicios infundados y ha promovido una mayor cordialidad en las relaciones entre las iglesias, de modo que estas se caractericen por un mayor diálogo y un menor enfrentamiento.
Por medio de sus diversas organizaciones y actividades, el movimiento ecuménico ha proporcionado información más fidedigna y actualizada sobre las iglesias, ha laborado en favor de la libertad religiosa y los derechos humanos, ha combatido los males del racismo, y ha llamado la atención sobre las implicaciones socioeconómicas del evangelio. En todo esto sus intenciones han sido buenas y se han podido ver algunos de sus frutos. Sin embargo, sopesados en su totalidad, los inconvenientes superan a los beneficios.
El adventismo es un movimiento profético
La Iglesia Adventista del Séptimo Día cree firmemente que su aparición en el escenario de la historia fue una respuesta al llamamiento divino. Tomando en cuenta Apocalipsis 14 al 18 los adventistas creen —y se espera que sin orgullo ni arrogancia— que el movimiento adventista representa el instrumento designado por Dios para la proclamación organizada del «evangelio eterno», el último mensaje de Dios a este mundo. A la luz de esta interpretación profética, la Iglesia Adventista del Séptimo Día se considera a sí misma como el movimiento «ecuménico»* del Apocalipsis desde un punto de vista escatológico. El mensaje de Apocalipsis comienza con un llamamiento a los hijos de Dios a abandonar las entidades eclesiásticas «caídas» que progresivamente irán formando una organización religiosa que se opondrá a los propósitos de Dios. Junto con ese llamamiento a salir, se hace una apelación para formar parte de un movimiento mundial —es decir, ecuménico— caracterizado por la «fe de Jesús» y por guardar «los mandamientos de Dios» (Apoc. 14: 12). El Concilio Mundial de Iglesias pone primeramente el énfasis en formar parte de una unión de iglesias para entonces, si todo va bien, y de manera gradual, superar la desunión corporativa. El movimiento adventista hace hincapié en «salir» primeramente de la desunión y confusión de Babilonia para «entrar» inmediatamente después a la comunión de unidad, verdad y amor de la familia adventista mundial.
Para comprender la actitud adventista hacia el ecumenismo y hacia otras iglesias mayoritarias, es útil recordar que el movimiento adventista inicial, representado por los milleritas, era de algún modo ecuménico, pues surgió de muchas iglesias. Por consiguiente, los adventistas han surgido de otras denominaciones. Sin embargo, en términos generales las iglesias rechazaron el mensaje adventista y, en muchos casos, gran número de adventistas fueron expulsados de sus iglesias. En ocasiones, los adventistas se llevaron consigo a miembros de esas congregaciones, por lo que las relaciones con ellas se volvieron cada vez más tensas. Comenzaron a circular falsos rumores, algunos de los cuales, lamentablemente, aún persisten en la actualidad. Los pioneros adventistas tenían puntos de vista muy definidos, y sus oponentes no eran menos dogmáticos. Tenían la tendencia a buscar más lo que los separaba de los demás grupos que lo que los unía. Esta actitud es comprensible; pero en la actualidad, por supuesto, el clima entre las iglesias tiende a ser más cordial y conciliador.
¿Qué problemas tienen los adventistas con el ecumenismo? Antes de intentar responder sucintamente a esta pregunta, es necesario destacar que el movimiento ecuménico no tiene un pensamiento único. Entre sus filas es posible encontrar los más diversos puntos de vista; lo cual constituye, en sí mismo, un problema. Trataremos de hacer referencia a lo que puede considerarse como el ideario básico del Concilio Mundial de Iglesias, una organización que en la actualidad representa a más de trescientas iglesias y denominaciones diferentes.
El concepto ecuménico de unidad
El Nuevo Testamento presenta la unidad eclesiástica basada en la verdad y caracterizada por la santidad, el gozo, la fidelidad y la obediencia (ver Juan 17: 6, 13, 17, 19, 23, 26). Los «ecumentusiastas» —si vale el neologismo— parecen dar por sentado que, antes o después, llegarán la unidad y la comunión de la gran mayoría de las iglesias. Destacan lo «escandalosa» que resulta la división, como si se tratara en realidad del pecado imperdonable, mientras que suelen pasar por alto la herejía y la apostasía. Sin embargo, el Nuevo Testamento muestra la amenaza que representa la penetración de ideas contrarias al cristianismo dentro del «templo de Dios» (2 Tes. 2: 3, 4). El panorama escatológico de la iglesia de Dios antes de la segunda venida no nos muestra una «megaiglesia» que congrega a toda la humanidad, sino a un «remanente» de la cristiandad, que son precisamente los que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe de Jesús (ver Apoc. 12: 17).
Existe claramente un aspecto en el cual la falta de ortodoxia y un estilo de vida no cristiano justifican la separación. El Concilio Mundial de Iglesias pasa esto por alto. La separación y la división con el fin de proteger y sostener la pureza y la integridad de la iglesia y su mensaje son más deseables que la unidad en la mundanalidad y el error.
Los adventistas se sienten incómodos con el hecho de que los dirigentes del Concilio Mundial de Iglesias parecen resaltar muy poco la santificación y el reavivamiento personales. Hay indicios de que algunos consideran tal énfasis como un resabio pietista, y no como un ingrediente esencial de una vida cristiana dinámica. Prefieren minimizar la importancia de la piedad personal en favor de la ética social. Sin embargo, los adventistas sostienen que la santidad personal, parafraseando a Shakespeare, es el material del cual se compone la ética social. Si los cristianos no experimentan una conversión genuina, toda unidad basada en la organización formal es en realidad un arreglo cosmético superficial.
El concepto ecuménico de doctrina
En muchos círculos eclesiales se considera una virtud ecuménica ser de mentalidad abierta. Se da a entender que el verdadero ecuménico no es dogmático en sus creencias, sino abierto doctrinalmente. Siente gran respeto por las creencias de los demás, pero es menos rígido hacia sus propias creencias. Se muestra humilde y poco impositivo respecto a las doctrinas, con excepción de las que tienen que ver con la unidad ecuménica. Está convencido de que su conocimiento es parcial. Para los ecuménicos, resulta en especial pecaminoso mostrarse arrogantes en lo que tiene que ver con las doctrinas religiosas.
Esta actitud es en cierto sentido digna de alabanza, pues la humildad y la mansedumbre son virtudes cristianas. En efecto, Pedro nos dice que estemos siempre listos para dar razón de nuestra fe, y esto debe hacerse con humildad, respeto y buena conciencia (1 Ped. 3: 15, 16). Sin embargo, en las filas ecuménicas existe un peligro intrínseco que conduce a la relativización de las creencias. Se pone en duda el concepto mismo de herejía. En los últimos tiempos, incluso se ha comenzado a cuestionar el concepto de «paganismo».
Común a algunos postulados ecuménicos es la idea de que todas las formulaciones denominacionales de la verdad se encuentran condicionadas por el tiempo y son relativas, por lo que resultan parciales e insuficientes. Algunos partidarios del ecumenismo llegan al extremo de defender la necesidad de una síntesis doctrinal que englobe las diversas creencias cristianas en una especie de ensalada de doctrinas. Consideran que las iglesias tomadas en forma individual están desequilibradas y que es tarea del ecumenismo restaurar el equilibrio y la armonía. Dentro de la diversidad reconciliadora del movimiento ecuménico, se presume que todos, en palabras de Federico el Grande, «serán salvos a su manera».
Los adventistas creen que sin convicciones sólidas, la fuerza de una iglesia es escasa. Se correría el peligro de que las arenas movedizas ecuménicas de la debilidad doctrinal absorbieran a las iglesias hasta provocarles la muerte denominacional. Por supuesto, eso es precisamente lo que anhelan los defensores del ecumenismo. No obstante, los adventistas creen que hay que oponerse enérgicamente a semejante indeterminación doctrinal, pues, de otro modo, provocará un desarme espiritual que desembocará en una era poscristiana.
El concepto ecuménico de las Escrituras
Los adventistas consideran la Biblia como una unidad y creen que es la revelación infalible de la voluntad de Dios, la única autoridad para revelar verdades doctrinales, y el registro confiable de los poderosos actos de Dios en la historia de la salvación (ver Creencias Fundamentales de los adventistas del séptimo día, número 1, «Las Sagradas Escrituras»). En cambio, para muchos líderes del Concilio Mundial de Iglesias, la Biblia no es normativa ni está dotada por sí misma de autoridad. Para ellos lo importante es la diversidad bíblica, que implica en ocasiones «desmitificar» los Evangelios. Para un gran número de defensores del ecumenismo —como es el caso del cristianismo liberal en general— la inspiración no se encuentra en el texto bíblico, sino en la experiencia del lector. Se deja a un lado la revelación para dar prioridad a la experiencia. Las profecías del Apocalipsis prácticamente no tienen, para ellos, una función que cumplir en el tiempo del fin. Se hacen referencias formales a la «parusía»,* pero estas no implican urgencia alguna y ejercen escaso impacto visible sobre el concepto ecuménico de evangelización. Existe por tanto el peligro de caer en la ceguera escatológica.
Los adventistas sitúan los conceptos bíblicos del pecado y la redención dentro del marco de «el gran conflicto» entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás, entre la Palabra de Dios y las mentiras del gran engañador, entre el remanente fiel y Babilonia, entre «el sello de Dios» y «la marca de la bestia».
En primer lugar y sobre todas las cosas, los adventistas son un pueblo de la Palabra. Aunque creen en la autoridad incondicional de las Escrituras, los adventistas reconocen que la Biblia fue «escrita por hombres inspirados, pero no es la forma del pensamiento y de la expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. Dios no está representado como escritor […]. Los escritores de la Biblia eran los escribientes de Dios, no su pluma» (Mensajes selectos, t. 1, cap. 1, p. 24). Muchos defensores del ecumenismo afirman que el texto bíblico no es la palabra de Dios, sino que contiene la palabra Dios en la medida en que los seres humanos responden a ella y la aceptan. Por el contrario, los adventistas sostienen que las declaraciones de los «escritores de la Biblia» «son la palabra de Dios» (ibíd.). Dios no es puesto en tela de juicio, como tampoco su Palabra, a pesar de la crítica de las formas. Es el ser humano el que es juzgado respecto a la Biblia.
El concepto ecuménico de misión y de evangelización
La interpretación tradicional de la misión prioriza la evangelización, es decir, la proclamación verbal del evangelio. El planteamiento ecuménico considera que la misión se reduce al establecimiento de la shalom,* una especie de paz y armonía sociales. Los adventistas se oponen a toda tendencia a minimizar la importancia primordial de anunciar las buenas nuevas de que podemos ser redimidos de la cautividad del pecado. En efecto, el concepto tradicional de la salvación —en el que está incluida la perspectiva adventista— ha sido siempre salvar a las almas del pecado y para la eternidad. La evangelización ecuménica considera que la salvación implica primordialmente salvar a la sociedad de los regímenes opresivos, de los estragos del hambre, de la maldición del racismo y de la explotación de la injusticia. Los adventistas entienden la conversión como los cambios radicales que experimenta una persona por medio de un nuevo nacimiento espiritual. En cambio, en los círculos del Concilio Mundial de Iglesias, la conversión tiene que ver con las transformaciones de las estructuras injustas de la sociedad.
Como podemos ver con respecto a la evangelización y a la obra misionera en tierras extranjeras, los frutos —o en realidad la falta de frutos— del ecumenismo han sido: una disminución del evangelismo (según lo entendemos desde los escritos del apóstol Pablo hasta la obra de Billy Graham), del ritmo de crecimiento del cristianismo y de las feligresías. Se envían menos misioneros a otros países y, proporcionalmente, se recibe menos apoyo financiero. De hecho, los esfuerzos misioneros se han trasladado de las iglesias «ecuménicas» tradicionales a las iglesias evangélicas conservadoras. Es triste presenciar una pérdida tan grande del potencial de evangelización del movimiento misionero, en especial en una época de creciente actividad y militancia del islamismo y de gran despertar de religiones orientales y de pueblos indígenas.
La reciente y exitosa campaña de la Iglesia Adventista del Séptimo Día denominada Mil Días de Cosecha va en contra del punto de vista ecuménico de la evangelización, que se inclina por una discreta «misión conjunta». Puede que este enfoque parezca coherente en un documento de estudio del movimiento ecuménico, pero en realidad no produce ganancia de almas. Resulta relevante parafrasear aquí el antiguo dicho: «El sabor del pastel ecuménico está en el evangelismo que produce».
El concepto ecuménico de responsabilidad sociopolítica
Es necesario reconocer que todo asunto relacionado con la responsabilidad social y política del cristiano es complicado. Tanto el Concilio Mundial de Iglesias como otras organizaciones de iglesias —entre ellas el Consejo Nacional de Iglesias de los Estados Unidos— se hallan sumamente comprometidos en cuestiones de índole política. La Iglesia Adventista del Séptimo Día es mucho más comedida en este sentido, a diferencia de su enfoque respecto a la evangelización, donde sucede exactamente lo contrario.
Gran parte de la filosofía ecuménica en el ámbito de la responsabilidad política incluye o implica:
1. Una secularización de la salvación.
2. Una perspectiva posmilenarista que aboga por un gradual mejoramiento político y social de la humanidad, y por el establecimiento del reino de Dios en la tierra por medio de los esfuerzos de los seres humanos, que actúan como agentes de Dios.
3. La adaptación del cristianismo al mundo moderno. 4. Una fe utópica y evolucionista en el progreso.
5. Un colectivismo socialista, que favorece ciertas formas de igualdad y del estado de bienestar, si bien no se inclina hacia el materialismo comunista.
Los activistas sociales ecuménicos tienden a considerar al adventismo como una visión utópica de una esperanza apocalíptica inalcanzable. En eso se equivocan. Ante los múltiples problemas que sufre la sociedad, los adventistas no pueden mostrarse apáticos ni indiferentes, y por lo general no lo hacen. Pensemos en las instituciones de salud adventistas de todo el mundo, que atienden a millones de personas cada año; en el gran sistema educativo adventista que circunda el globo con casi cinco mil instituciones; o en ADRA (Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales), un servicio de la iglesia que alcanza a cada vez más territorios con necesidades crónicas. Y podríamos mencionar muchas otras actividades de servicio que realiza la Iglesia Adventista.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día considera que es necesario distinguir entre la actividad sociopolítica de los cristianos como ciudadanos y la participación de la iglesia en asuntos sociopolíticos a nivel corporativo. Es responsabilidad de la iglesia tratar los principios morales y señalar en la dirección bíblica, pero no le corresponde abogar por directrices políticas. En ocasiones, el Concilio Mundial de Iglesias se ha comprometido en el poder político. Aunque el adventismo siembra semillas que inevitablemente influirán en la sociedad y en la política, no desea enredarse en controversias políticas. El Señor de la iglesia afirmó: «Mi reino no es de este mundo» (Juan 18: 36) y, al igual que su Señor, la iglesia desea andar «haciendo bienes» (Hech. 10: 38). No desea ejercer ningún tipo de gobierno, ni directa ni indirectamente.
El concepto ecuménico de libertad religiosa
Durante los primeros años de funcionamiento del Concilio Mundial de Iglesias —a partir de su primera asamblea celebrada en Amsterdam, Holanda, en 1948—, se incluyó el punto de la libertad religiosa en la agenda ecuménica. Se consideraba entonces que la libertad religiosa era un requisito esencial para alcanzar la unidad ecuménica. En 1968, se estableció una Secretaría de Libertad Religiosa en la sede central de la organización. Sin embargo, en los últimos años, la posición del Concilio Mundial de Iglesias sobre la libertad religiosa se ha vuelto un tanto ambigua. En 1978 se cerró la Secretaría, principalmente por lo que se consideraba una falta de recursos. Por supuesto, esta decisión en sí misma muestra la prioridad que se concede a la libertad religiosa dentro del movimiento ecuménico organizado.
Actualmente, la tendencia del ecumenismo es considerar la libertad religiosa simplemente como un derecho humano, y no como el derecho humano fundamental subyacente a todos los demás derechos. Por supuesto, este es el planteamiento de la mentalidad secular. Los defensores del secularismo y del humanismo se niegan a reconocer que las creencias religiosas son algo distinto o superior a las demás actividades humanas. Por consiguiente, existe el peligro de que la libertad religiosa pierda esa singularidad suya, que la hace la guardiana de todas las demás libertades verdaderas.
No hemos de olvidar que, históricamente, el equilibrio de poderes y la separación de las confesiones religiosas han sido los elementos que han neutralizado la intolerancia religiosa y favorecido la libertad religiosa. La unidad religiosa formal solo se ha dado por la fuerza. Por eso en la sociedad existe una gran tensión entre la unidad y la libertad religiosa. De hecho, el panorama escatológico de los acontecimientos finales nos muestra un contexto de persecuciones religiosas en el que las fuerzas populares de la Babilonia del Apocalipsis tratarán de obligar a la iglesia remanente a adaptarse al molde de la apostasía generalizada.
Por último, el concepto de libertad religiosa del movimiento ecuménico se ve cada vez más empañado cuando observamos que algunos de sus activistas aceptan con bastante facilidad restringir, en determinados contextos políticos y religiosos, la libertad religiosa de los creyentes que ellos perciben como una influencia social negativa. Y lo que es peor, algunos líderes ecumenistas están más que dispuestos, en situaciones revolucionarias, a permitir que la libertad religiosa sea coartada y «temporalmente suspendida» con el propósito de promover la unidad, la reconstrucción nacional y el «bien» del conjunto de la sociedad.
La influencia de la interpretación profética
Lo argumentado hasta ahora pone de manifiesto algunas de las reservas que muestran los adventistas hacia su participación en el movimiento ecuménico organizado. La actitud general de la Iglesia Adventista del Séptimo Día hacia otras iglesias y hacia el movimiento ecuménico viene influida por las consideraciones anteriormente presentadas y determinada por su interpretación de las profecías. Al mirar hacia atrás, los adventistas ven siglos de persecución y manifestaciones anticristianas del poder papal. Ven la discriminación y la gran intolerancia ejercidas por parte del estado y de las iglesias establecidas. Al mirar hacia adelante, ven el peligro de que el catolicismo y el protestantismo se unan y ejerzan el poder político y religioso de una forma dominante y potencialmente perseguidora. Ven a la iglesia fiel de Dios no como una «megaiglesia», sino como un pequeño remanente. Se ven a sí mismos como el núcleo de ese remanente, y no están dispuestos a unirse a la creciente apostasía cristiana de los últimos días.
Al mirar al presente, los adventistas ven que su misión es predicar el evangelio eterno a todos los seres humanos, exhortándolos a que adoren al Creador, a que obedezcan los mandamientos de Dios manteniéndose «fieles a Jesús» (ver Apoc. 14: 6, 12), y a que proclamen que la hora del juicio divino ha llegado (ver Apoc. 14: 6). Algunos aspectos de este mensaje no resultan populares. ¿Qué pueden hacer los adventistas para tener éxito en el cumplimiento de este mandato profético? Creemos que la mejor manera que tiene la Iglesia Adventista de cumplir el mandato divino es conservar su propia identidad, sus propias motivaciones, su propio sentido de urgencia y sus propios métodos de trabajo.
¿Cooperación ecuménica?
¿Deberían cooperar los adventistas con el movimiento ecuménico? Pueden hacerlo, siempre y cuando se proclame el verdadero evangelio y se satisfagan las acuciantes necesidades humanas. La Iglesia Adventista del Séptimo Día no quiere pertenecer a organizaciones que la fuercen a comprometer sus principios, y rehúsa cualquier relación que la ponga en peligro de rebajar la calidad de su testimonio distintivo. Sin embargo, los adventistas sí desean ser colaboradores de la unidad. En su carácter de agencia de cooperación, el movimiento ecuménico tiene aspectos que resultan aceptables, pero como agencia en pro de la unidad de las iglesias, sus acciones resultan mucho más dudosas.
Las relaciones con otras entidades religiosas
Ya en 1926, mucho antes de que el ecumenismo estuviera en boga, la Junta Directiva de la Asociación General aprobó una importante declaración que ahora forma parte del Manual de reglamentos eclesiástico-administrativos de la Asociación General (O 75). Esta declaración tiene implicaciones ecuménicas muy significativas. Lo más destacable de la declaración era el campo misionero y las relaciones con otras «sociedades misioneras». Actualmente esta declaración ha sido ampliada para abarcar también a otras «organizaciones religiosas» en general. Dicha declaración afirma que los adventistas «reconocen toda agencia que eleva a Cristo ante los hombres como una parte del plan divino para la evangelización del mundo, y […] tiene en alta estima a los hombres y mujeres cristianos de otras confesiones que están ocupados en ganar almas para Cristo». En el trato de la iglesia con otras denominaciones religiosas han de prevalecer «la cordialidad, la amabilidad y la equidad cristianas». Se hacen entonces algunas sugerencias prácticas para evitar malentendidos y fricciones. La declaración deja sumamente en claro, sin embargo, que el «pueblo adventista» ha recibido la especial «comisión» de exaltar la segunda venida como un acontecimiento que «está a las puertas», y de preparar «el camino al Señor según lo revelan las Sagradas Escrituras». Por consiguiente, esta «comisión» divina hace que a los adventistas les resulte imposible restringir su testimonio «a ninguna región limitada» y los impele a presentar el evangelio «de manera que todos los pueblos del mundo puedan escucharlo».
En 1980 la Asociación General estableció una Comisión de Relaciones Interconfesionales con el propósito de brindar orientación y supervisión con respecto a las relaciones de la iglesia con otras entidades religiosas. Cuando consideró que podría resultar beneficioso, este organismo autorizó el diálogo con otras organizaciones religiosas. Los dirigentes adventistas deberían ser conocidos como líderes que tienden puentes. Esta no es una tarea fácil. Es mucho más fácil destruir los puentes eclesiásticos y hacer las veces de irresponsables «comandos cristianos». Elena G. de White afirmó: «Se necesita mucha sabiduría para alcanzar a los pastores y hombres de influencia» (El evangelismo, cap. 17, p. 409). Los adventistas no han sido llamados a vivir en una burbuja, a hablar tan solo entre ellos mismos, a publicar principalmente para sí mismos y a mostrar un espíritu de
aislacionismo sectario. Por supuesto, siempre resulta más cómodo y seguro vivir en una fortaleza adventista y alzar los puentes levadizos. En un marco como este, uno puede aventurarse de vez en cuando a salir al exterior para llevar a cabo una rápida campaña de evangelización y capturar a tantos «prisioneros» como sea posible, para después encastillarse nuevamente «con ellos» dentro de la fortaleza. Pero Elena G. de White no creía en la mentalidad aislacionista: «Nuestros ministros deben procurar acercarse a los ministros de otras denominaciones. Oren por ellos y con ellos, pues Cristo intercede en su favor. Tienen una solemne responsabilidad. Como mensajeros de Cristo, deben manifestar profundo y ferviente interés en estos pastores del rebaño» (Testimonios para la iglesia, t. 6, sección 2, p. 84).
La ventaja de ser solo observadores
La experiencia ha demostrado que la mejor relación que se puede entablar con los diversos consejos de iglesias (nacionales, regionales o mundiales) es la de observador-consultor. Este tipo de relación permite a la iglesia mantenerse informada y al tanto de las tendencias y la evolución de los acontecimientos, y conocer a los pensadores y dirigentes cristianos. De este modo los adventistas reciben la oportunidad de tener presencia en dichos consejos de iglesias y de dar a conocer el punto de vista adventista. No se aconseja afiliarse a esas organizaciones ecuménicas como miembros, porque por lo general no son «neutrales», sino que a menudo poseen metas y políticas muy concretas, y defienden determinados intereses sociopolíticos. Tampoco tendría sentido ser miembros regulares de ellas sin estar totalmente comprometidos, en el mejor de los casos; ni miembros nominales, como lo son muchas iglesias, y tener que mostrarse frecuentemente en oposición a sus planteamientos, como inevitablemente sería el caso.
En el ámbito local, y en lo que respecta a cuestiones más prácticas y menos teológicas, se pueden prever algunas formas en que los adventistas podrían llegar a ser miembros, con reservas, de algunas de estas organizaciones. Nos referimos a grupos o redes organizadas tales como las asociaciones de pastores, organizaciones de iglesias locales, grupos de estudio de la Biblia, o agrupaciones que tienen el propósito de estudiar las necesidades de la comunidad y contribuir a la solución de los problemas locales. No debe existir el prejuicio de que los adventistas sencillamente se desentienden de toda responsabilidad cristiana en su comunidad local.
En los últimos años, los líderes y teólogos adventistas han tenido oportunidad de dialogar con representantes de otras iglesias. Estas experiencias han resultado beneficiosas. Se ha generado respeto mutuo, se han eliminado estereotipos inexactos y percepciones doctrinales erróneas. Los prejuicios se han dejado a un lado sin más preámbulos, y se han pulido herramientas y conceptos teológicos. Se han reconocido nuevas dimensiones y se han abierto nuevas perspectivas de cooperación en la comunidad. Pero, principalmente, se ha visto fortalecida la fe en el mensaje adventista. No hay razón para que los adventistas se acomplejen. Es un privilegio maravilloso ser adventista y saber que los fundamentos teológicos y organizativos de la iglesia son firmes y sólidos.
Los heraldos del verdadero oikoumene
Los adventistas son heraldos del único oikoumene verdadero y perdurable. En el libro de Hebreos se hace referencia al «mundo [en griego: oikoumene] venidero» (Heb. 2: 5), que es el futuro reino universal de Dios. En último término, este es el «ecumenismo» que propugnan los adventistas. Todo otro movimiento ecuménico resultará efímero. Entretanto, es un deber cristiano estar «siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto» (1 Ped. 3: 15, 16, NVI).
Documento de estudio elaborado para uso interno de la iglesia. Apareció por primera vez en el libro de Walter Raymond Beach y Bert Beverly Beach, Pattern for Progress, The Role and Function of Church Organization [Modelo para el progreso: el papel y la función de la organización eclesiástica]. Fue dado a conocer en junio de 1985 durante el Congreso de la Asociación General de Nueva Orleans, Luisiana. Es distribuido por la Secretaría de Relaciones Públicasy Libertad Religiosa de la Asociación General.
* La palabra «ecuménico» etimológicamente procede del latín oecumenicus, y esta a su vez del término griego oikoumenikós (perteneciente a toda la tierra habitada), y, según el Diccionario de la Real Academia Española significa «universal, que se extiende a todo el orbe».— N. de los E.
* «Parusía» según el Diccionario de la Real Academia Española, es un término culto tomado directamente del griego, que significa «advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos». «Parusía» en la teología liberal, sin embargo, suele contraponerse a «advenimiento» o «segunda venida», para expresar un concepto difuso, más bien simbólico, que se refiere de forma inconcreta al fin del estado de cosas actual; pero que no necesariamente se vaya a
producir de forma físicamente observable y en un momento concreto de la historia de la humanidad con una nueva creación individual y global.— N. de los E.
* «Paz» en hebreo.— N. de los E.