La violencia doméstica incluye toda agresión —ya sea verbal, física, emocional o sexual— y la negligencia activa o pasiva cometida por una o varias personas contra otra dentro del ámbito familiar, independientemente de que exista entre ellas un vínculo conyugal o de parentela, de que vivan juntas o separadas o de que estén divorciadas. Las más recientes investigaciones internacionales indican que la violencia doméstica se ha convertido en un problema mundial, y que afecta a personas de todas las edades y nacionalidades, a todos los niveles socioeconómicos, y a familias tanto religiosas como no religiosas. Se ha comprobado asimismo que su incidencia es similar en las grandes urbes, en las poblaciones pequeñas o en el medio rural.
La violencia familiar se manifiesta de diversas maneras. Puede, por ejemplo, consistir en una agresión física a uno de los cónyuges; pero también se manifiesta mediante abusos psicológicos, como amenazas verbales, episodios de ira, desvalorización del carácter de la otra persona o exigencias poco realistas de perfección. Puede tomar la forma de coacción y violencia físicas dentro de la relación sexual conyugal, o de amenaza de violencia mediante un comportamiento intimidatorio verbal o no verbal. Incluye prácticas como el incesto y el maltrato o descuido por parte de padres o tutores hacia menores que resulten en lesiones o daño. La violencia hacia los ancianos puede manifestarse a través de negligencia o agresiones físicas, psicológicas, sexuales, verbales, materiales o médicas.
La Biblia indica claramente que la señal distintiva de los cristianos es la calidad de sus relaciones humanas, tanto en la iglesia como en la familia. El espíritu de Cristo busca amar y aceptar, afirmar y edificar a los demás en lugar de abusar de ellos o denigrarlos. Entre los seguidores de Cristo no hay lugar para la tiranía ni para el abuso de poder o de autoridad. Los discípulos de Cristo, motivados por su amor, son llamados a respetar e interesarse por el bienestar de los demás, aceptar la igualdad entre hombres y mujeres, y reconocer que todo ser humano tiene derecho al respeto y a la dignidad. Si los cristianos no se relacionan con los demás de este modo, perderán su dignidad como personas y devaluarán a los seres humanos, ques han sido creados y redimidos por Dios.
El apóstol Pablo se refiere a la iglesia como «la familia de la fe», la cual funciona como una familia extensa y brinda aceptación, comprensión y consuelo a todos, en especial a los que sufren y a los más desfavorecidos. La Escritura describe a la iglesia como una familia en la que se puede crecer personal y espiritualmente a medida que los sentimientos de traición, rechazo y dolor dan paso al perdón, la confianza y la plenitud. La Biblia también habla de la responsabilidad personal del cristiano de evitar que el templo de su cuerpo sea profanado, porque es la morada de Dios.
Lamentablemente, la violencia doméstica también se da en muchos hogares cristianos, pero jamás debe ser justificada, pues afecta profundamente a la vida de todos los implicados y a menudo genera una percepción distorsionada de Dios, de uno mismo y de los demás, que tendrá consecuencias a largo plazo.
Creemos que la iglesia tiene la responsabilidad de:
1. Atender a los afectados por la violencia doméstica y responder a sus necesidades:
a. Escuchando y aceptando a quienes hayan sufrido abusos, brindándoles amor y reafirmándoles su valor e importancia como seres humanos.
b. Poniendo de relieve las injusticias del abuso y hablando en defensa de las víctimas, tanto en la comunidad de la fe como en la sociedad.
c. Aportando un ministerio de apoyo a las familias afectadas por la violencia y el abuso, tratando de que tanto las víctimas como los agresores tengan acceso, donde sea posible, a la consejería de profesionales adventistas o a otros centros de su comunidad que cuenten con profesionales.
d. Fomentando la formación y el establecimiento de servicios de profesionales adventistas certificados tanto para los miembros de iglesia como para las comunidades circundantes.
e. Ofreciendo un ministerio de reconciliación cuando el arrepentimiento del agresor abra la posibilidad del perdón y la restauración de las relaciones. El arrepentimiento siempre incluye la completa aceptación de la responsabilidad por los errores cometidos, la disposición a buscar la restitución por todos los medios posibles y cambios en la conducta que erradiquen el abuso.
f. Centrando la luz del evangelio sobre la naturaleza de las relaciones entre cónyuges, padres e hijos, y otras relaciones entre allegados, y capacitando a los individuos y a las familias para que crezcan juntos buscando alcanzar los ideales de Dios para la vida familiar.
g. Evitando la tendencia de aislar a las víctimas o a los agresores tanto en la familia como en la iglesia, sin dejar por ello de responsabilizar claramente a los agresores por sus actos.
2. Fortalecer la vida familiar:
a. Ofreciendo una educación familiar orientada hacia la gracia, que incluya una comprensión bíblica de la reciprocidad, la igualdad y el respeto indispensables en las relaciones cristianas.
b. Intentando conocer cada vez mejor cuáles son los factores que contribuyen a la violencia familiar.
c. Buscando estrategias para romper el ciclo recurrente de abuso y violencia que se observa a menudo dentro de las familias y a través de las generaciones.
d. Corrigiendo las creencias religiosas y culturales que pueden ser usadas para justificar o encubrir la violencia familiar. Por ejemplo, aunque Dios da instrucciones a los padres para que apliquen la disciplina redentora con sus hijos, esta responsabilidad no les da licencia para ser crueles o aplicar medidas disciplinarias implacables.
3. Aceptar nuestra responsabilidad moral de estar alerta y de reaccionar ante cualquier abuso que se produzca en las familias de nuestras congregaciones y comunidades, y sostener que tal conducta abusiva constituye una violación de las normas de vida adventistas. Jamás debe minimizarse un indicio o reporte de abuso; antes al contrario, ha de ser tomado con seriedad. Si los miembros de iglesia permanecen indiferentes e impasibles, con su actitud estarán justificando, perpetuando y posiblemente extendiendo la violencia doméstica.
Si hemos de vivir como hijos de la luz, es necesario que iluminemos las tinieblas cuando la violencia doméstica se produzca en nuestro medio. Tenemos que cuidarnos unos a otros, incluso cuando lo más fácil sería no implicarse.
Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General el 27 de agosto de 1996, y enviada para su consideración al Concilio Anual celebrado en San José de Costa Rica, 1 al 10 de octubre de 1996.
* Declaración basada en los principios expresados en los siguientes pasajes bíblicos: Éxo. 20: 12; Mat. 7: 12; 20: 25-28; Mar. 9: 33-45; Juan 13: 34; Rom. 12: 10, 13; 1 Cor. 6: 19; Gál. 3: 28; Efe. 5: 2, 3, 21-27; 6: 1-4; Col. 3: 12-14; 1 Tes. 5: 11; 1 Tim. 5: 5-8