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Los adventistas apoyan la iniciativa de las Naciones Unidas, que ha designado 1995 como el Año de la Tolerancia. Esta iniciativa llega en un momento oportuno, dado que la intolerancia abunda en todos los continentes, y se manifiesta en el fanatismo religioso, el racismo, el tribalismo, las limpiezas étnicas, los conflictos lingüísticos y en las diversas formas de violencia y en el terrorismo. Los cristianos cargan con parte de la culpa por sus prejuicios y falta de humanidad hacia otras personas.

La tolerancia, esa capacidad de soportar circunstancias adversas, es tan solo un comienzo. Los cristianos, así como todas las personas de buena voluntad, tienen que ir mucho más allá de ese concepto negativo y cultivar el respeto a las creencias o las prácticas que no solo difieran, sino que se hallen en conflicto con las propias. El diálogo es ciertamente mucho mejor que cualquier discurso. Los seres humanos han de aprender a estar de acuerdo o en desacuerdo sin recurrir a la violencia; han de ser capaces de analizar diversos puntos de vista sin odio ni rencor. Esto no significa mostrarse dócil ni sumiso, sino ponerse en el lugar del otro y respetar los derechos de los demás. Todo ser humano tiene el derecho y la responsabilidad de expresar sus opiniones e ideales con entusiasmo y enérgicamente, sin por ello llegar a un apasionamiento tal que se traduzca en palabras o acciones violentas.

Por último, en su mejor expresión, la tolerancia no implica tan solo la aceptación de otros puntos de vista y personas, sino también progresar hacia la benevolencia, la capacidad de respuesta y la comprensión de los demás, es decir, de todos los seres humanos.

 

Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General y presentada por Robert S. Folkenberg, presidente de la Asociación General en el Congreso de la Asociación General de Utrecht, Holanda, 29 de junio al 8 de julio de 1995.

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