Los adventistas creemos que todos los seres humanos, tanto hombres como mujeres, fueron creados iguales, a la imagen de un Dios de amor. Creemos que todos, hombres y mujeres, han sido llamados a desempeñar una función relevante para participar en el cumplimiento de la misión primordial de la Iglesia Adventista: trabajar juntos para beneficio de la humanidad. A pesar de ello, vemos con dolor que en muchos lugares del mundo, tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados, las condiciones sociales adversas a menudo impiden que las mujeres desarrollen el potencial del que Dios las ha provisto.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día, apoyándose en investigaciones bien documentadas, ha identificado graves problemas que a menudo impiden que las mujeres hagan valiosas contribuciones a la sociedad. El estrés, el entorno y las crecientes exigencias que la sociedad les impone, han hecho que las mujeres tengan mayores riesgos de sufrir problemas de salud. La pobreza y las pesadas cargas laborales, no solo privan a las mujeres de la capacidad de disfrutar de la vida, sino que también perjudican su bienestar físico y espiritual. La violencia familiar pasa una factura demasiado elevada a sus víctimas.
Las mujeres tienen derecho a los privilegios y oportunidades que Dios quiso dar a todos los seres humanos: el derecho a la alfabetización, a la educación, a una atención sanitaria apropiada, a la capacidad de tomar decisiones, y a ser libres de cualquier tipo de abuso físico, psicológico o sexual. Asimismo, sostenemos que las mujeres deberían desempeñar un papel cada vez más relevante en el liderazgo y en la toma de decisiones, tanto en la iglesia como en la sociedad.
Por último, creemos que la iglesia cumplirá su misión únicamente cuando las mujeres puedan desarrollar su verdadero potencial.
Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General dada a conocer por el presidente Robert S. Folkenberg en el Congreso de la Asociación General de Utrecht, Holanda, 29 de junio al 8 de julio de 1995.