La Iglesia Adventista del Séptimo Día cree que los seres humanos fueron creados a la imagen de Dios y que, por lo tanto, representan a Dios como sus mayordomos, y deben cuidar el medio ambiente de manera fiel y beneficiosa para la humanidad. La naturaleza es un don de Dios.
Desgraciadamente, los seres humanos han venido destruyendo los recursos naturales de una manera cada vez más irresponsable. Esto ha resultado en incontables sufrimientos, en la degradación medioambiental y en la amenaza de cambio climático. Aunque las investigaciones científicas todavía se hallan en curso, resulta claro por las evidencias acumuladas que el incremento de la emisión de gases destructivos, la tala masiva de los bosques tropicales de América y el deterioro de la capa protectora de ozono (efecto invernadero) constituyen graves amenazas para el ecosistema del planeta. Las predicciones son funestas: calentamiento global, elevación del nivel de los mares, intensificación de las tormentas e inundaciones destructivas, y devastadoras desertificaciones y sequías.
Estos problemas se deben en gran medida al egoísmo y la codicia humana, que desembocan en una producción cada vez mayor, un consumismo sin límites y el agotamiento de los recursos no renovables del planeta. Se debate sobre la solidaridad con las generaciones futuras, pero se le sigue dando prioridad a los intereses inmediatos. La crisis ecológica tiene sus raíces en la codicia de la humanidad y en su negativa a ser mayordomos fieles y respetuosos.
Debemos felicitar al gobierno y al pueblo de Costa Rica por su apoyo a una política amplia de desarrollo sostenible en armonía con la naturaleza.
Los adventistas defendemos un estilo de vida sencillo y saludable, elegimos no participar de una rutina de consumismo ilimitado, de la búsqueda incesante de bienes y la producción de desperdicios. Hacemos un llamamiento a reformar nuestro estilo de vida, sobre la base del respeto por la naturaleza, el uso moderado de los recursos del planeta, la reevaluación de las necesidades personales y una reafirmación de la dignidad de la vida creada.
Declaración aprobada por la Junta Administrativa de la Asociación General y dada a conocer por su presidente, Robert S. Folkenberg, en el Concilio Anual celebrado en San José, Costa Rica, 1 al 10 de octubre de 1996.