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Los adventistas basamos nuestra esperanza en la vida, muerte y resurrección de Cristo, y aguardamos con gozo la consumación de esa esperanza en el pronto regreso de Jesús. Fundamentamos nuestra fe en las enseñanzas de las Escrituras y creemos que el paso del tiempo es significativo porque nos acerca al acontecimiento más glorioso que haya podido ser contemplado jamás por ojos humanos. Sin embargo, aunque aguardamos con impaciencia el regreso visible de Cristo, no realizamos especulaciones sobre el momento histórico preciso en que se hará realidad ese acontecimiento, porque Jesús dijo: «No les toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre» (Hechos 1: 7, NVI).

Por consiguiente, los adventistas no atribuimos ningún significado religioso a la terminación de un milenio ni al comienzo de uno nuevo. El año 2000 no tiene un significado profético particular; no es mencionado en la Biblia, por lo que cualquier especulación relacionada con su significado religioso ha de ser rechazada. A pesar de ello, sabemos que cada año que pasa nos acerca más al regreso de nuestro Señor.

Comprendemos que el paso de un milenio a otro ejerce un impacto emocional significativo en los seres humanos. Ninguno de los que estamos vivos ha experimentado un acontecimiento como ese. Muchos se llenan de preocupación, expectación e incluso temor a medida que nos aproximamos al año 2000. Aunque muchas personas se muestran aprensivas ante la agitación de la naturaleza y de la sociedad, el Señor nos dice: «No se turbe vuestro corazón» (Juan 14: 1). Por lo tanto, como adventistas, compartimos la esperanza de un futuro glorioso que se hará realidad en el momento designado por Dios.

 

Declaración aprobada durante el Concilio Anual de la Junta Directiva de la Asociación General, el miércoles 29 de septiembre de 1999, en Silver Spring, Maryland.

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